Ocurre que muchas veces ponemos objeciones a nuestra propia salvación. Lo lógico sería decir ¡Tú te lo pierdes!. Esa fue la respuesta que un amigo sacerdote les dio a unos seglares que ponían objeciones a la celebración litúrgica. Y es que nos acercamos a la Iglesia poniendo condiciones.
Si la Iglesia exigiera lo que se debe exigir, pocos bautizos, matrimonios u otros sacramentos se celebrarían. La cuestión es: ¿Debemos hacerlo así? Creo que la Iglesia no ha encontrado la respuesta, o la respuesta es permitir que la gente se acerque, y aunque estén en esa actitud, conviene más tenerlos cerca que alejados. Porque estando cerca siempre podremos llegar. De cualquier manera es asunto que se discute y se mira, y confiamos que el Espíritu Santo arroje luz. Supongo que, de no hacerlo, es señal que debemos mantener, a pesar de la actitud de esos aparentes creyentes, la situación actual.
Toma mucha actualidad el estado actual de muchos católicos, sobre todos, alejados. Acuden a la Iglesia, como si de una empresa se tratara, a solicitar el Bautismo, la primera comunión o la confirmación, pero no se sabe a que comprometen ni que significado tienen. Y mucho menos el compromiso que adquieren. Consideran a la Iglesia como una institución social más a la que acuden cuando la necesitan o les falta algún papel para certificar o solucionar algo.
La Iglesia sin el Espíritu de Dios no es nada. Sí, si fuera así, podría considerarse como una empresa más. Pero, por la Gracia de Dios, no es eso. La Iglesia es el Espíritu Santo que nos convoca y nos reune para alentarnos y asistirnos en la vivencia diaria del Amor de Dios. Es, el Espíritu de Dios, el continuador de la Misión que nuestro Señor Jesús encomendó a la Iglesia, asistiéndola y fortaleciéndola a transmitir el Mensaje de salvación a todos los hombres.
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