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Sería tonto saberte fuerte y que puedes con el cansancio. No el cansancio físico, que llega y se restablece en cuanto descansas. Hablo del cansancio moral, del psíquico, del espíritu y del emocional. Sobre todo en el terreno apostólico sucede que te cansas de no ver resultados. Plantas y plantas, reconoces que posiblemente mal, pero no florece nada o casi nada.
Te preguntas, ¿tan malo soy? Realmente te cansas y las sombras del que espera este momento te rodea y te tienta. Las Palabras de Jesús en el Evangelio de hoy son reconfortantes, porque nadie llena ese vacío de pobreza que te acongoja y te deprime. En Jesús encuentras todo lo que buscas y esperas. En Él te alivias y descargas todas tus emociones, y suavizas tu yugo. Aceptas tus fracasos y te sientes comprendido y, lo que es mejor, perdonado y animado.
Porque Jesús no te exige ni te recrimina, sino te comprende, te acepta y te consuela. Sabe de tu pobreza y de tus imperfecciones; sabe de tus limitaciones; sabe toda tu historia y sólo te pide que tengas fe en Él y que te fíes depositando tu confianza en Él. Te dan ganas de abrazarle, de contarle todas tus penas, de compartir todos tus esfuerzos. De decirle lo que te ha salido mal y las ganas que tú tenías de hacerlo bien. El sabe y conoce los secretos de tu corazón.
Por eso puede aliviarte, comprenderte, relajarte, perdonarte, animarte, descansarte, fortalecerte y renovarte hasta el punto de levantarte y continuar el camino. Jesús es nuestro alivio, nuestro descanso y nuestra roca. En Él encontramos las reparadoras fuerzas para vencernos y continuar la lucha de cada día por vivir la esperanza del amor.
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