Llegado el momento de tu verdad, no te van a preguntar por aquellos que te han impedido vivir tu fe, o por lo mal que estuvieron las cosas durante tu época o camino. Tampoco te preguntarán por tus protestas, por tus críticas o tus juicios. Sólo te preguntarán por lo que tú has hecho, por lo que tú has dado con amor y por el amor recibido del Espíritu de Dios.
Porque no importa cómo van las cosas ni como podrán ir. ¿No es el Señor grande y poderoso para dejar todo arreglado en un segundo? ¿Entonces, por qué tanta preocupación o echar la culpa a otros? Las cosas son y están así porque los hombres las hacen así. En unos casos por mala intención del corazón y en otros porque no saben, son débiles y caen en la tentación.
No ocurrió con Pedro, con Judas, con San Agustín... y muchos má? Diríamos con todos. Sólo el esfuerzo en la confianza, fe y Misericordia del Señor nos levanta, y por su Gracia vamos mejorando y enderezando los caminos torcidos por los que caminamos. No vale quedarte parado y criticar los pecados de los otros, sino mirar tus propios pecados y ponerte a purificarlos por la Gracia y Misericordia de Dios.
Y empezar a enderezar tu propio camino, tu parcela de vida, tu entorno y círculos de amigos, donde vives, trabajas, te relacionan y puedes influir, extender, dar ejemplo y testimonio y proclamar que Jesús vive en la Iglesia y en ella espera que te embarques y alcances su Misericordia. Parado, no sólo será más largo el camino, sino que nunca llegarás a descubrir el verdadero amor.
Porque, sólo de eso, simplemente de eso nos juzgaran en el atardecer de nuestra vida, del amor que hayamos dado y también recibido.
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