No hay nada más cierto que experimentar tus propios sentimientos y reflexionar, una vez vividos, sobre las actitudes que has sentidos ante los acontecimientos experimentados. Estas experiencias añadidas a tu propio yo, dan lugar a las vivencias, es decir, al hecho vivido que queda incorporado a tu propia experiencia.
Esto me ha pasado releyendo la parábola del hijo prodigo. Cuanto más me meto en ella a través de la obra del padre Nouwen más me siento, como él escribe, como el hijo mayor. Y es verdad, me siento interiormente en su papel y me veo reflejado en él. Soy consciente de lo profundamente arraigada que está esta forma de perderse y lo difícil que es volver a casa desde esta situación. Nos cuesta mucho más salir de una situación externa de pecado, consecuencia de un mal comportamiento, que de una situación de buena conducta que guarda resentimientos tan profundos difícil de entender y evitar. Propios de nuestra condición humana, pobre y limitada. Parece mucho más fácil volver desde una aventura de lujuria que volver desde una ira fría que ha hechado raíces en los rincones más profundos de mí mismo. Mi resentimiento no es algo que pueda distinguirse con facilidad o ser tratado de forma racional.
Es mucho más peligroso, comenta el padre Nouwen, algo que se une a lo más profundo de mi virtud. ¿Acaso no es bueno ser obediente, servicial, cumplidor de las leyes, trabajador y sacrificado? Mis rencores y quejas parecen estar misteriosamente ligadas a estas elogiables actitudes. Esta conexión me desespera. Justo en el momento en que quiero hablar o actuar desde lo más generoso de mí mismo, me encuentro atrapado en la ira y el rencor. Y cuanto más desinteresado quiero ser, más me obsesiono porque me quieran. Cuanto más lo doy todo de mí para que algo salga bien más me pregunto por qué los demás no lo dan todo como yo. Cuando pienso que soy capaz de vencer mis tentaciones, más envidia siento hacia los que ceden a ella. Parece que allí donde se encuentra mi mejor yo, se encuentra también el yo resentido y quejicoso.
¿Cuantas personas han experimentados estos resentimientos sin pararse a meditarlos y a tener una seria reflexión comprometida y responsable que les ayude a descubrir las causas últimas donde se originan? ¿Cuantas personas, seriamente comprometidas, darían un vuelco a su vida cambiando el rumbo de la misma? ¡Imagino que muchas! Y es aquí donde me veo retratado, frente a frente con mi verdadera pobreza. Soy incapaz de acabar con mis resentimientos. Y llevo muchos años con la inquietud y en camino de conversión, pero hasta ahora muy poco he hecho. Esta obra: "la parábola del hijo prodigo", meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, me ha puesto en el camino de darme cuenta de lo poco que he avanzado en mi propia purificación. Se me abre un torrente de luz que cada día me ciega gozosamente en hacerme ver lo lejos que estaba y estoy del umbral de la casa del PADRE.
Están tan profundamente anclados dentro de mí que arrancarlos parecería algo así como una autodestrucción, comenta el Padre Nouwen, y lo atestiguo yo, porque así me siento. Leyendo esta pagina, la 82 del libro, me di cuenta a mi sesenta y dos años, ¡cuanto tiempo!, que mi alejamiento, allá por el año 84 estuvo fundamentado básicamente en esto: envidia de pensar que siendo capaz de vencer mis tentaciones, más envida siento hacia los que ceden a ellas. Y me lancé a ser auténtico dando riendas sueltas a mis apegos y egoísmos. ¡Vivir la vida sin preocupaciones y placenteramente. El lema trabajo y diversión, es decir, pasarlo lo mejor posible dándome la gran vida. Claro, eso supone pasar por encima de muchas cosas que, aun siendo mis responsabilidades, deben quedarse al margen y por debajo de mis apetencias y egoísmos.
Hay muchas maneras de justificarse y de engañarse, pero quieras o no llega el momento que tienes que enfrentarte y responder responsablemente a tus huidas y negligencias. Tarde o temprano todos tenemos que responder y pasar por esa experiencia a la que todos estamos llamados. Nos espera un juicio a pesar de que muchos no queramos aceptarlos y pretendamos escondernos. Y ese momento todos lo tendremos que vivir: nuestra muerte es la fecha señalada para tal momento trascendente en nuestra vida. Afortunadamente, por obra y gracia del SEÑOR, no puede ser de otra manera, he vuelto al redil. Sería muy largo detenerme ahora a contarlo, pero pudo ser algo parecido al hermano menor. Sin embargo, en estos momentos me siento como el mayor, desde mi situación, ahora dentro, tratando de juzgar al menor que viene de fuera, y de una vida desordenada y pecadora. Entonces me doy cuenta de que nacen mis resentimientos y, ¿como erradicar estos rencores sin acabar también con mis virtudes?
¿Puede el hijo mayor que está en mi interior volver a casa? ¿Puede ser encontrado como lo fue el hijo menor? ¿Como puedo volver cuando estoy perdido en el rencor, cuando estoy atrapado por los celos, cuando estoy prisionero de la obediencia y del deber, de mi meticulosa responsabilidad, vividos como esclavitud? ¿Como puedo despojarme de ese hombre viejo que me impide crecer y purificarme, matando lo podrido que hay en mí, y limpiando y renaciendo lo bueno y eterno a lo que estoy llamado. Está claro que yo solo no puedo. Para mí concretamente muy claro, porque en un momento de mi vida imploré a mi PADRE DIOS que me salvara de la situación donde estaba metido. Y no lo relacionen con la droga ni otras dependencias de ese estilo, era mi ceguera y estupidez de marcharme de la Casa del PADRE y querer encontrar otro sitio mejor. Nada hay mejor que la Casa de mi PADRE. Ni en ningún sitio voy a encontrar lo que tanto busco, la felicidad, sino en la Casa de mi PADRE.
Desde mi experiencia manifiesto que yo solo no puedo encontrarme. Es mucho más desalentador tener que curarme de mis rasgos de hijo mayor que de los de hijo menor. Enfrentado aquí con la imposibilidad, continua el Padre Henri J. M. Nouwen, de la autorredención, ahora entiendo las palabras de JESÚS a Nicodemo: "que no te cauce, pues, tanta sorpresa de lo que te he dicho: tenéis que nacer de nuevo (Jn 3, 7). Es decir, algo tiene que ocurrir que yo no puedo hacer que ocurra. Yo no puedo volver a nacer; es decir, no puedo hacerlo con mis propias fuerzas, con mi mente, con mis ideas. Dice el Padre Nouwen que no le cabe ninguna duda de eso porque ya intentó curarse el solo en el pasado de sus rencores y quejas y falló; pues yo también digo lo mismo: yo no pude regresar a la Casa del PADRE yo solo y estoy seguro que no lo hubiese logrado nunca. Regresé conducido y ayudado por mi PADRE que está en los Cielos, cuando estaba a punto de arrastrarme y me encontraba perdido. Es más, creo que me dio la oportunidad de vivir de nuevo, pues estuve unos quince o veinte minutos en el otro mundo después de un pérdida de conciencia, "muerte súbita", de la que volví sin saber como. Ese fue el comienzo de mi reflexión: me levantaré e iré a la casa del PADRE.
Salvador!!!
ResponderEliminaruf eres de lazarote.. mi tia tambien es de ahi!! y cuanto compartimos en forma de pensar y de sentir.. cuanto te he de entender desde acá Argentina...
No te conozco y ya veo que hay algunas cosas que tenemos en comun...!!!
Salvador dijo, hola mbp, ha sido una sorpresa encontrarme tu comentario. Me alegra que te haya gustado y que hayas sacado algo bueno para tu vida. Esa es la finalidad. Claro que soy de Lanzarote, canario por antonomasia, y de la tierra de los volcanes y del fuego. Supongo que tu tia te habrá hablado de sus encantos. Espero que sigamos en contacto. Un saludo.
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