(St 2,14.17.18b)
¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? La fe, si no tiene obras, por sí sola está muerta. Enséñame tu fe sin obras, y yo, por las obras, te probaré mi fe.
Se nos va la vida desojando la margarita. Tengo muchas dudas, me digo a mí mismo, pero permanezco en esa disyuntiva: Creer o no creer. Creo, pero tengo dudas es la canción que repito con frecuencia. Está casi grabada en mi corazón, y, al instante de plantearme la cuestión de nuevo, sale el conocido estribillo: quiero creer pero tengo dudas.
La duda es una compañera de viaje, porque la fe la necesita para creer. Sin duda no hay fe, porque la esencia de la fe es precisamente la duda. Si fe es creer, la duda es lo contrario. No exactamente, porque dudar no supone que no creas, pero sí trata de confundirte y de que no avances, y menos que te entregues. Si desaparece la duda, la fe sobra.
Es eso lo que sucederá al final del camino. No hará falta la fe, porque ya no hay duda. Pero mientras en la travesía vayas acompañado por la duda, tendrás que echar mano a la fe. Pero la fe puedes fortalecerla vistiéndola de obras. Santiago lo expresa claramente en su carta, arriba citada. Una fe sin obras es una fe muerta y en mano de la duda.
Camina y saca tus obras en el camino. Verás como la fe aparece, y la duda se va quedando retrasada hasta casi perderse. Tienes mucho que hacer. Sin apuros ni proezas. Empieza por lo que tienes más cerca. Trata de sonreír, de ser amable. Trata de soportar, de aceptar tu situación. Piensa que quizás tú eres el culpable. Acéptala. Hazlo por compromiso de amor.
Sigue el camino. Trata de hacer lo que no hiciste antes. Poco a poco. Pon justicia en tu vida y en tu entorno, y mira quien, a tu lado, necesita tu ayuda. Sin agobios ni apresuramientos. Despacio. Vete llenando tus manos y verás cómo va naciendo la fe. Porque estás pidiéndola y pidiéndosela al único que te la pueda dar, tu Padre Dios.
Porque todo lo que hagas a los demás por Él, se lo estás haciendo a Él. Claro, el Señor no dejará de darte la luz que necesitas para afirmarte en Él. Eso sí, no sabrás ni cuando, ni cómo, ni dónde, pero seguro que te responderá con Amor.
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