Convivir nos hace, con el tiempo, perder la frescura del respeto y la responsabilidad. La confianza se alarga, y se confunde con la permisividad excediéndonos en la libertad. Puede convertirse, la convivencia, en un peligro si no se sabe medir, situar en su sitio y en renovarla con frescura y mucho respeto cada día.
Conviene refrescar los conceptos, que pronto se nos olvida y los empleamos según nos venga bien. Respetar es tratarnos con moderación, con miramientos y deferencia. Atendernos con consideración en la frontera de lo justo, lo honrado y la verdad. Traspasadas esas líneas el respeto queda amenazado de grave peligro, que puede explotar en cualquier momento.
Experimentamos que no nos comportamos ahora igual que aquellos primeros días. Hay un dicho que nos recuerda que seamos siempre los de los primeros días. Porque, al principio, nuestra actitud de escucha, de obediencia, de entrega, de respeto, de disponibilidad, de entusiasmo, de atención...etc., están al cien por cien, pero van decayendo paulatinamente en el devenir del tiempo.
Luego, se nos endurece el corazón y las cosas empiezan a verse diferente. Pensamos más en nosotros, y eso nos hace exigir más derechos y privilegios. Nos consideramos unos expertos de la profesión y unos sabios suficientes, y se nos cuela el peligro del pecado magistralmente. De manera que no lo advertimos y, sin darnos cuenta, nos auto engañamos considerándonos por encima de muchos otros. Nos vemos superiores y necesitados de que nos escuchen, eximiéndonos nosotros el escuchar.
Es un padecimiento muy común en el amor esponsal. La rutina lo mata, y si no es desinfectado a tiempo termina por destruirlo. Necesita ser tratado con frescura, y renovado con el agua de la esperanza, de la entrega, del sacrificio y del compromiso. Y eso necesita la Vida de la Gracia, que sólo se encuentra en el Espíritu Santo.
La rutina puede hacernos perder esa presencia y necesidad del Espíritu, y despertar en nosotros la suficiencia de no necesitarlo. Se trataría ahora de predicar yo, y de decirle yo al Espíritu lo que hay que proclamar. Sin darme cuenta me convierto en un experto profesional que pasa de ser discípulo del pastoreo, a ser capataz de las ovejas. En lugar de servir, mando para que me sirvan.
Tengamos mucho cuidado con nuestra profesionalidad, porque el único que sabe es el Espíritu Santo, y en Él hemos de apoyarnos para saber la medida de cada uno de nuestros pasos. Sabiendo que el primer y único paso empieza por el Amor. Igual que Él nos ama a cada uno de nosotros. Y todo lo demás serán consecuencias de ese amor desinteresado y entregado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario crea comunidad, por eso, se hace importante y necesario.