Cuando eres amado y lo descubres, no pasa nada. No pasa nada, sólo que te sientes halagado y gozas del hecho de ser amado por otro u otra. La verdadera experiencia es cuando tú correspondes. Es entonces cuando sientes que tu corazón se estremece y gozas intensamente con el bien del ser amado.
Entonces tu corazón se abre a un compromiso. Un compromiso por amor. Un compromiso que te mueve a entregarte en lo bueno y en lo malo al otro, y a darte e incluso sacrificarte para sentir que el otro o la otra es feliz. Experimentas que amar no es un sentimiento sino un compromiso que, al darte, tú también recibes. Al inverso que cuando buscas placer o satisfacción no te das sino te buscas. El movimiento es al inverso.
Es fácil confundirse y experimentar que si tus sentimientos no son satisfechos entiendes que ya no amas. O lo que es peor, que esa persona ya no te sirve para satisfacer tus apetencias y apetitos. Aparece el peligro de ruptura y de buscar otros sentimientos o placeres. Muchos los derivan al alcohol o drogas duras y otros mariposean buscando de flor en flor encontrar el néctar que los satisfaga.
El amor no acaba nunca. Mueren los sentimientos, pero nunca el amor. El Amor goza con la entrega, con el sacrificio, con la gratitud de la persona amada al sentirla alegra, feliz y agradecida. El amor crece en la medida que tu renuncia, entrega y sacrificio aumentan. El amor une y mantiene la llama viva.
No está el amor en la banalidades, los placeres o sentimientos, sino en el compromiso de vaciar todo el calor que, acumulado en tu corazón, busca el bien común y también de la persona amada.
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