Cuando al casarte, tanto por la Iglesia como por lo civil, tu palabra ha proclamado ser fiel en la salud, en la enfermedad, en los problemas y hasta que la muerte les separe, te has comprometido voluntariamente por amor. Porque se supone que la fuerza y atracción de esa unión ha sido el amor.
Es posible que ese amor haya nacido por la atracción física, sexual, trato y pensamientos, ideas, afinidades y aficiones...etc, pero en el fondo todo eso ha provocado amor. Un amor que de ser sincero estará siempre presente y superará momentos difíciles, de dudas, de sufrimientos, de enfermedades y problemas. De no ser así hubo un fallo.
Ese fallo puede existir en que la atracción mutua se fundamentó en el sexo o en la afición compartida; en el dinero o en la comodidad, o en cualquier otra cosa caduca y temporal. Porque todo pasa, menos el amor. El amor que nace de un compromiso supera los malos momentos, porque los buenos ya están de por sí superados. ¿O es qué hay que esforzarse para superar los buenos momentos? Estos vienen siempre rodados y fáciles de superar.
El amor se hace presente en los malos momentos. Por eso, cuando uno se pregunta, ¿qué pasa con mi amor?, es momento de revisarse y preguntarse dónde está mi compromiso. Porque el compromiso responsable es la llama que sustenta y aviva el amor. No es el amor una caja de satisfacciones, de egos y pasiones que te dan placer. ¡No!, el amor es un compromiso por el que tú te das para el bien del otro. En el matrimonio se entiende que del marido a la esposa.
Por eso, cuando aparecen los problemas y las dificultades es cuando aparece el amor, y si no lo hace es porque ha fallado algo. Si ha sido erróneo, hay que buscarlo. Siempre hay tiempo. Y si no aparece es porque se ha fabricado falsamente.
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