Conviene mirar la brújula de nuestra vida, no de vez en cuando, sino cada día al levantarnos. Un mirada al camino que recorremos y una pregunta sobre a dónde nos dirigimos. O dicho de otro modo, un diálogo reposado, breve si quieres, pero sincero, serio y comprometido para examinar las coordenadas de nuestra navegación por los mares de este mundo.
Alguien dijo, somos ríos que convergen en el mar..., y no le falta razón, pues caminamos, queramos o no, hacia el mismo Mar que desemboca en la Gloria de Dios. Y podemos llegar con aguas limpias, transparentes y puras, con lo cual gozaremos de esa Gloria eterna, o podemos alcanzar ese Mar con aguas contaminadas, turbias e impuras que serán desechadas y vertidas al exterior donde reina el llanto y el tormento.
Por eso es muy importante mirar el rumbo de cada día y el análisis de nuestras aguas para depurarlas y mantenerlas lo más limpias posible. También el cauce de nuestro afluente, nuestro río y su desembocadura al Mar. Porque lo verdaderamente importante es desembocar en el único y gran Mar que es la Gloria de Dios. No hay Tesoro más grande y mejor que ese.
Todo lo demás, aun siendo importante en nuestra vida, es efímero y caduco. Nada se mantiene. Sólo la Gloria de Dios calma todas nuestras ansías y nuestras esperanzas, y sólo Ella merece todo nuestro esfuerzo para alcanzarla.
Por eso, ten en cuenta que todos tus esfuerzos valen si van encaminados a desembocar en la Inmensidad y Misericordiosa Gloria de Dios. De ser tu rumbo otro, vas por afluentes y río que conduce a la perdición y a la muerte.
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