Sucede que experimentamos tempestad. Nuestra alma está desinquieta y sentimos necesidad de amar, de darnos y expresarle al Señor que le queremos, que estamos con Él y que, en los hermanos, hablamos el lenguaje del amor, nuestra obediencia, nuestro seguimiento y nuestra fe.
Pero nos traicionamos. Nos quedamos quieto, sin reacción y sin saber donde hacer realidad nuestras ansias de demostrarle al Señor nuestro sentir y querer. Nuestra frustración aumenta y queremos justificar nuestra desidia o nuestros pecados. Incluso experimentamos el fracaso y el pecado. Y buscamos justificaciones distorsionando la realidad, autoengañándonos. El diablo nos acecha y nos da la razón de nuestras propias justificaciones. ¡Cuidadooo!!!
¡Dios mío, no pasa nada! Pecador soy y seré siempre, pero cuento con la Misericordia de Dios para lavar esos pecados. Y con su Amor para perdonarme todas mis estúpidas obras apostólicas que sólo se forjan en mi mente. ¡Quieto, no hay que hacer nada! El Señor se basta para hacer lo que desee o necesite. Y te tomará a ti o a mí si le damos la oportunidad de estar en paz y abiertos a la Gracia de su Espíritu.
Acepta esa intranquilidad. Toma esta impaciencia que te atormenta y, serenamente, ponla en sus Manos. Descansa. No busques que hacer, pues Él lo sabe todo, y también lo hace todo. Sólo espera que tú, y también yo, comprendamos lo que nos quiere y aceptemos su Amor. Lo demás vendrá por añadidura.
Así que descansa, tranquilízate y espera que Él mueva tu corazón. Ya aparecerá la obra y la señal que Él quiere o decide encargarte. ¡Eso sí!, estate atento y disponible, desapegado para cuando Él decida llamarte. Y eso es ya bastante. ¿Te parece poco?
Danos Señor la Gracia de saber esperar y responder a lo que Tú, en tu Espíritu, escribes en nuestros corazones. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario crea comunidad, por eso, se hace importante y necesario.