La vida es un camino, un camino que, dentro de tu corazón, está trazado, pero que tú puedes desviar y alterar. Hay una verdad impresa en tu corazón de la que eres consciente y que sabes debe imperar y marcar el camino de tu vida, pero, desafortunadamente, esa verdad es alterada y distorsionada. Recuerdo que un abogado me dijo en cierto momento: la gente se empeña en cometer ilegalidades en lugar de, primero, tratar de prevenirlas.
Algo así nos sucede en nuestro singular y particular camino: tratamos de hacerlo a nuestra manera y según nuestras apetencias sin mirar mucho las consecuencias. Priman nuestras satisfacciones y caprichos, nuestras pasiones y egoísmos, y luego, ya veremos lo que sucede. Claro, pronto aparecen las consecuencias y la vida presenta su cara más dura y mala. Aparecen las tragedias, los efectos de lo mal construido, los sentimientos consumidos, los afectos gastados y las pasiones acabadas.
Todo origina un coctel eruptivo que provoca enfrentamientos, distancias, irresponsabilidades, envidias, odio, luchas, rencor y guerras. Ha fallado la responsabilidad y el compromiso, pues cuando las cosas comienzan a construirse desde la responsabilidad, el compromiso se sella más fuertemente y la casa aguanta tempestades y tormentas. Los sentimientos, las pasiones y los afectos pueden cambiar, pueden ser amigos del viento e irse con él, pero el compromiso y la responsabilidad fijan el amor y lo mantienen en la unidad y la paz.
Luego, al final lo que decía ese amigo abogado: ahora cuando el lío esta hecho queremos desenredarlo. Es, así lo veo yo, lo que sucede en esta sociedad nuestra. Se comenten muchos errores que luego no se quieren asumir. Se destrozan familias, se confunde el amor con los sentimientos, se olvidan responsabilidades, se vive alegremente y luego que me lo arreglen porque yo no estoy dispuesto a padecer, sufrir ni asumir las situaciones que yo mismo he provocado. No cabe duda que hay situaciones en las que unos sufren los errores de otros...
Pero también el Señor sufre a diario nuestros rechazos, incomprensiones, olvidos, irresponsabilidades, pasiones, debilidades y... muchos no asumimos nuestros pecados.
El buen camino, casi siempre, o siempre, es el más duro, por eso debemos llevar el Gran Compañero de ruta, sin Él, es cuando empezamos a coger atajos y autopistas, y eso no lleva a ningún lado. Un abrazo
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