Difícilmente podremos descubrir a DIOS en un mundo de seguridades, en un mundo donde la abundancia y los problemas no sean dificultad ni tenga difícil solución. Vamos, en un mundo donde todo sea coser y cantar. Es ahí donde el hombre se pierde a sí mismo y donde su vida carece, aunque a simple vista no lo parezca de inmediato, de todo sentido.
Porque los días, queramos o no, están contados, y en ese cuento, de menor a mayor, envejecemos y nos corrompemos, materialmente hablando, hasta quedar convertidos en polvo. La cuestión, "cuestión de principios", estriba en buscar y descubrir nuestra propia trascendencia. Ese es el camino que llenará toda nuestra vida porque ese es el Ideal que nunca desaparece y nunca estará colmado ni alcanzado. Un Ideal de altura que da plenitud y sentido a nuestro peregrinar.
Experimentada la experiencia del descubrimiento convergeremos en proclamar: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”. Esta frase con la que el general sirio confiesa su fe después de haber sido curado, es la frase con la que todos nosotros podríamos también resumir nuestra existencia. Ésta tendría que ser la experiencia a la que todos llegásemos en el camino de nuestra vida. Un Dios que a veces llega a nuestra vida de formas y por caminos desconcertantes, un Dios que a veces llega a nuestra vida a través de situaciones que, según nuestros criterios humanos, no serían los normales, no serían los lógicos, no serían los racionales; un Dios que aparece en nuestra vida para santificarnos y para llenarnos de su luz y de su verdad, aunque nosotros no entendamos cómo. Porque esto es lo que hace Dios nuestro Señor con todas las vidas humanas: las lleva por sus caminos, aunque ellas no sepan cómo.
En esta experiencia cobra sentido todo nuestros sacrificios y dolores, todos nuestros pesares y enfermedades; todas nuestras luchas y dificultades, porque es ahí donde podemos tropezar con JESÚS. Porque sólo desde la Cruz podemos encontrarle. ÉL vino a salvarnos desde Ella y en Ella nos salvaremos también nosotros. La Cruz es la clave de la Resurrección.
Nos equivocamos cuando buscamos en lo extraordinario, en el poder y la fuerza, en la grandeza y riqueza. DIOS se manifiesta en lo sencillo y simple, en lo pobre y carente de todo poder, porque es ahí donde manifiesta su poder, valga la redundancia. Porque con poder todo se entiende, pero sin poder y en la debilidad todo es Gracia de DIOS.
Todo esa experiencia nos interpela para preguntarnos si realmente estoy en actitud y disponibilidad de escucha y de atención a las manifestaciones de DIOS en mí. Si realmente estoy sensible a su señales y a los acontecimientos que van marcando mi vida. Si acepto su Palabra y los hechos que presenta a mi vida. Si estamos aprendiendo a entender esas páginas que a veces son borrosas, a veces son extrañas. Si estamos aprendiendo a conocer a Dios nuestro Señor o siempre queremos que todos los planes estén escritos, que todos los planes estén hechos. O, por el contrario, me resisto como en principio le ocurrió al general sirio.
Vivir junto a Dios es vivir en zozobra, es vivir en interrogantes, en cruz permanente. Vivir junto a Dios es vivir en continua pregunta. La pregunta es: ¿Qué quieres Señor? Si así es nuestro Señor, ¿por qué entonces, tiene que extrañarnos que la vida de aquellos sobre los que Dios tiene unos planes tan concretos, tan claros, sea difícil? Si para ellos es costoso leer, ¿no lo va a ser para nosotros? ¿Podemos nosotros pensar que no nos va a costar leer los planes de Dios, que no nos va a costar ir entendiendo exactamente qué es lo que Dios me quiere decir? Constantemente, para todos nosotros, la vida se abre como una especie de obscuridad en la que tenemos que ir buscando y caminando por y en la Luz del ESPÍRITU.
“No hay más Dios que el de Israel”. ¿Sabemos nosotros que Él es el único Dios y que por lo tanto, Él es el único que nos va llevando a lo largo de nuestra existencia por sus caminos, que no son los nuestros? Estos caminos a veces coinciden, a veces pueden llegarse a entender, pero no siempre es así. Cada uno de nosotros, en su vocación cristiana, tiene un camino distinto. Si pensamos cómo hemos llegado cada uno de nosotros al conocimiento de Cristo, nos daremos cuenta que cada uno tuvo una historia totalmente diferente; cada uno tuvo una historia muy particular. Y aun después de nuestro encuentro con Cristo, incluso después de que hemos llegado a conocerlo, la historia sigue una aventura. Y si nuestra historia no es una aventura, quiere decir que hemos hecho lo que estaba a punto de hacer el general sirio: marcharse. Marcharnos porque no entendimos los planes de Dios y preferimos manejarnos a nuestro antojo, manejarnos según nuestra comodidad. Nos marchamos pensando que a este Señor no hay quien lo entienda y perdemos la oportunidad de experimentar y saber que el único Dios, es el Dios de Israel.
Conocer a JESÚS no es saber de ÉL muchas cosas, ni simplemente hablar con ÉL y rezarle mucho. Conocer a JESÚS, me digo a mí mismo, es sentirle vivo, directo, cara a cara cuando hablo con ÉL y dejarme interpelar por ÉL, su Palabra y experimentar que los acontecimientos de mi vida ya no los dirijo yo, sino que ÉL lo hace en mí. Creo que eso fue lo que experimentó Pablo de Tarso y eso proclamó: "Ya no soy yo quien vive en mí, sino que es CRISTO quien lo hace". Conocer a JESÚS pasa por cargar mi cruz como hizo ÉL con la suya, y eso es difícil de hacer por mí cuenta. Le necesito desesperadamente. Por eso corro hacia su Cuerpo y Sangre (Eucaristía), mi reconciliación con ÉL (Penitencia) y mi intimidad con ÉL (oración). Realmente lo necesito para que me ayude a sentir como ÉL y vivir injertado en ÉL. De tal forma que, seamos Uno como el PADRE y ÉL son uno. ¡Alabado y Glorificado sea el SEÑOR!
Muchas gracias por tus reflexiones tan acertadas. Permanecemos muy unidos en ese eterno camino del Conocimiento de Jesús que es TODO para nosotros
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