Sin lugar a duda, todos queremos la justicia y la paz. Me atrevo a decir que todo ser humano, aún los más revolucionarios e irracionales, en lo más profundo de su alma desean la justicia y la paz, porque, esa, es una de las aspiraciones intrínseca a la propia naturaleza humana.
Toda persona humana, si fuese capaz de abrirse y seccionarse interiormente, y derramar todos sus pensamientos y deseos más profundos, descubriría la aspiración más profunda de desear ser feliz y eterno, y eso sin paz y justicia sería una utopía.
Ahora, por mucho que este sentimiento conviva y permanezca en nosotros, no podrá nunca aflorar si no hay en nosotros una actitud de desenterrarlo y emergerlo a flote, a la superficie de nuestra vida, aplicándolo en nuestra convivencia diaria. No basta con proclamarlo y manifestarlo, si, más tarde, no se concreta. Posiblemente, el Mensaje de JESÚS no corre ni contagia como debiera porque no se vive como se debe.
Y en eso todos nos sentimos publicanos y pecadores, porque, no sólo lo sentimos, sino porque lo somos. Somos criaturas débiles y pecadoras. Propensas a fallar en nuestros más puros y buenos sentimientos, porque nos sentimos atraídos por poseer, por ser los más fuertes, por ambicionar las mayores riquezas, por soltar y dar riendas sueltas a nuestras más bajas apetencias carnales, por afirmar nuestro orgullo, nuestra vanidad y deseo de dominio.
Esas actitudes humanas y pecadoras son las que nos llevan a equipararnos a DIOS y rechazar sus proyectos y mandatos. Nos sentimos fuertes y capaces de hacer las cosas y satisfacer nuestros buenos deseos por nosotros mismos. Y, pronto, experimentamos que caemos en nuestra propia trampa. Somos víctimas de nuestras propias vanidades y ambiciones.
Experimentamos que somos incapaces de vencernos y quedamos sometidos y esclavizados a nuestras propias pasiones. Tomamos conciencia que no puede haber estructura justa si yo no me esfuerzo en ser justo y en aplicar, a mi propia vida, esos pensamientos y deseos de aplicar la justicia y la paz. Porque sólo eso hará que el mundo empiece a ser mejor, primero, en la parcela donde yo me muevo y, después, por contagio, en otros ambientes.
De esta manera, como por arte de magia, el mundo iría cambiando y posibilitando que la paz y la justicia sean proclamada y vivida. En estos momentos, especialmente hoy, donde se proclaman buenos deseos de paz y justicia, no deben quedar, como desgraciadamente siempre ocurre, en simples palabras vacías sino en sistematicos hechos que vayan aplicando y transformando la vida en un espacio de convivencia, justicia y paz más real y verdadero.
Y eso exigen una conversión, un vuelta de rosca a mi corazón donde los últimos sean los primeros; donde lo primero sea la educación, el fomento de virtudes, la búsqueda del bien libre, porque se es libre para hacer el bien; el pleno y responsable amor, porque amar es ser fiel y servidor durante toda tu vida, no por una temporada egoísta o cuando tus sentimientos instintivos y carnales demanden otra pareja o satisfacciones.
Y eso exige una mirada más atenta y protectora de la célula fundamental de los pueblos: "Las familias", de la vida y procreación de los hijos, de las libertades a educarlos y buscar lo mejor para ellos. Eso exige ser serio y querer lo mejor para tu pueblo.
Ahora, ¿dónde encontrar esa estrella que nos ilumine y nos guíe por ese camino? La pregunta es: ¿Somos capaces nosotros de lograrlo por nosotros mismos? ¿La experiencia de miles de años qué nos dice? ¿Experimentamos esperanza de lograrlo o sentimos necesidad de Alguien que nos guíe?
¿Sabemos de dónde venimos y a dónde vamos? Porque si no lo sabemos estamos perdidos y, perdidos, nos sentiremos fracasados, vacíos y avocados a la depresión y... Al final todo queda reducido a lo siguiente: "Lo que gané no lo tengo, lo que tengo lo perdí, sólo tengo lo que di". Eso es precisamente lo que quedará de mi vida y sólo tendrá valor lo que haya dado de forma desinteresada y gratuita en aras de una mejor justicia y paz.
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