Me decía un sacerdote amigo que la razón nos acompaña siempre, pero hasta cierto límite. Y llegado ese momento, nuestra libertad tiene que aparecer y tomar una decisión. Me lo ilustró con un ejemplo: Subes a un trampolín, y mientras subes, la razón te acompaña y te responde a todas tus preguntas.
Lo entiendes todo y subes ávido de preguntas con respuestas, pero, llegado un momento te encuentras en la rampa de lanzamiento y la decisión del salto y lanzarte al vacío depende de ti.
Ahí, la razón te abandona y depende de ti el que te agarres a tu fe y te lances al vacío. Siempre, la razón y la fe irán juntas, pero, también siempre, hay un momento que la razón no puede más y se hace necesario la presencia de la fe. Todo dependerá de ti.
Y, días después, y por obra del ESPÍRITU, todo se hace luz en mi interior y las cosas empiezan a encajar. Indudablemente, si todo obedeciese a un acto de razón y fuese posible contenerlo en ella, todo tendría una explicación y, por consiguiente, la fe sobraría. Si todo estuviese explicado y alcanzado por la razón, DIOS no tendría mucho futuro, porque estaría al alcance de los Adanes y Eva. Todo sería alcanzable y hasta nos planteariamos discutirle algunas cosas.
Porque entenderle significaría estar a su altura y comprenderle su pensamiento. Y, de ser así, porque ÉL tiene poder para hacerlo a su antojo, supongo que no seríamos libre porque el ser libre permitiría el revelarnos contra alguien al que entiendo y cabe en mi mente.
Mi conclusión fue que necesitamos la fe para ser libres, y ese margen de libertad será el que nos dará la oportunidad de arriesgarnos y creer. De otra forma, nuestra fe, como la de Abrahan y otros Patriarcas no podría ser probada.
Pero, ocurre, que también necesitamos la razón, porque por ella, a pesar de ser un don y regalo del SEÑOR, podemos ayudarnos a encontrarla y pedirla. Experimento en mi interior unos deseos de felicidad, es más, necesitamos ser felices y lo necesitamos, no para un cierto tiempo sino para toda la vida.
Pero al mismo tiempo, queremos vivir siempre, por lo que la felicidad la necesitamos siempre. Más resulta que en este mundo no la encontramos porque todo lo que él contiene es caduco y finito. Nada nos mantiene nuestra felicidad. Todo es efímero y atemporal.
Sin embargo, cuando experimento un darme y entregarme desinteresadamente y gratuito a los demás, siento un gozo pleno de paz y serenidad que perdura en el tiempo y me mantiene inmensamente feliz. Es algo diferente a lo conseguido con las cosas materiales. Es la experiencia del amor verdadero. Y eso me descubre que mi ADN se parece a alguien que es Inmensamente Feliz, Eterno y Amoroso: "Soy hijo de DIOS.
Concluyo compartiendo que tanto la razón y la fe son necesarias para descubrir una y encontrar otra a ese DIOS que se hace presente en mi vida en JESÚS y, por JESÚS, en el ESPÍRITU SANTO que me acompaña e ilumina.
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