Sin lugar a duda, afirmó Manuel, ante el silencio de la tertulia. Pero, creo que hemos hablado mucho y ya es hora de dejarlo por hoy. De acuerdo, te invito hoy por lo mucho que has hablado, y lo bien que lo has hecho. Gracias, pero, no se trata de hacerlo bien o no, sino de descubrir la verdad y buscar el verdadero sentido para el que hemos sido creados.
─Hasta luego Manuel ─se despidió Pedro.
─Hasta otro día Pedro ─seguiremos
hablando de nuestro tiempo de juventud y del que vivimos ahora─. Gracias por el
café.
Es indiscutible que las generaciones evolucionan. La época de mis padres no tiene nada que ver con la que yo vivo ahora. Todo ha ido cambiando casi sin darnos cuenta. Recuerdo cuando en casa se utilizaba el quinqué y cuando alrededor de su luz se entablaba esas hermosas conversaciones, la mayoría de las veces presididas por las madres que terminaban en hermosos cuentos e historias de nuestro pasado. Eran momentos donde se afirmaba nuestra identidad y donde íbamos formando una idea de nuestros orígenes. Con ellos nos íbamos a la cama y nuestros sueños se llenaban de esas historias.
Era la época de la radio rectangular, como si de una caja se tratara, al menos así era el de mi casa, y de darle vueltas al dial hasta coger alguna emisora que se oyera bien. Fue la época del teléfono de manivela y donde oías una voz femenina que te pedía el número con el que querías hablar. Y de ahí pasamos al teléfono de disco, inalámbrico y móvil. Llegó la nevera, el transistor, la tele en blanco y negro, el cine en tecnicolor. Más tarde, la tele en color e Internet. Todos esos avances han pasado por nuestra época. Y se auguran muchos más. Pero, no han llegado sin dejar consecuencias que han influido en nuestra manera de vivir
Ahora, cualquier cosa que ocurra en el mundo, nos enteramos pronto, pero también, cualquiera con poder puede hacer que nos enteremos de lo que él quiere decirnos. Es decir, que tú, si tienes poder, puedes entrar en mi casa e influir en mí y mi familia. Ocultar información o difundir falsa. ¡Es un gran riesgo que corremos! Si las intenciones son buenas, ¡estupendo! Pero, ¡si son malas, será malo!
Por tanto, la época que hoy vivimos poco parecidos tiene con la de mi juventud y, menos, con otras más lejanas. Sin embargo, observas que los valores deben ser los mismos. La verdad, la justicia, el respeto, el derecho, la dignidad, la libertad y el amor deben seguir siendo los mismos. ¿Estás de acuerdo?
Luego, ¿por qué me los quieren cambiar? Porque, estoy observando que ya no se dice la verdad en muchos lugares aparentemente respetables. Personas, que ocupan puestos relevantes hablan disfrazando la mentira de verdad – engañan -. Y muchos medios, periódicos y redes parecen estar compradas para hablar según le indiquen sus patrocinadores.
Y esto que digo no hace falta probarlo ─ está a la vista ─. Otro avance de la época ─ las hemerotecas ─ se encargan de demostrarlo y descubrirlo. Nadie lo puede negar. Eso sí, no lo dicen y la gran masa no se entera.
Si nuestros antepasados despertaran no entenderían nada. Ellos que han sufrido momentos convulsos y de carencias instrumentales para modificar y construir el medio donde vivir, y de toda falta de recursos para defenderse y organizarse luchando contra los elementos, quedarían sorprendidos de ver que por lo que ellos han luchado, nosotros ahora lo destruimos sin más.
Unas preguntas, ¿no somos responsables de la herencia que hemos recibido? ¿No somos responsables de evitar los errores que nuestros antepasados han cometido? ¿O es que estamos tan ciegos que no atinamos a darnos cuenta?
Manuel se incorporó violentamente sentándose en la cama. Despertó como asustado, inquieto. Llegó incluso a defenderse con la mano de alguien que quería prenderlo. ¿Qué pasaba? Miró a su derredor y, ya con sus ojos más adaptado a la claridad, observó que empezaba a amanecer y que unos sutiles y débiles rayos de sol le descubrían que estaba naciendo un nuevo día.
¡Era un sueño! ¡Qué sueño tan raro! Seguramente, pensó que las conversaciones de los últimos días con su amigo Pedro eran las culpables de ese sueño que le despertó atormentado y atemorizado. ¡Gracias, Dios mío, exclamó dulcemente!
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