Toda vida tiene un principio y, en consecuencia también tendrá un final. Sin embargo, no nos damos cuenta cuando nacemos – principio - y, casi, tampoco nos damos mucha cuenta cuando nos vamos – final de este mundo - . Aunque, si podemos intuir y conocer que nos ha llegado la hora. Al menos, si no con exactitud, si darnos cuenta que está cerca. De cualquier forma es un misterio saber que pasa en esos últimos momentos de nuestra vida. Solo quien la ha atravesado sabrá qué ocurre, pero, ya es tarde e irreversible para hacérnoslo saber a los demás. El misterio se va con él.
No sé por qué razón desde mis primeros años tenía ese pensamiento trascendente. Recuerdo, en aquellos momentos, acurrucado en la cama, bien tapado y con escalofríos – 38 o 39 de fiebre – tiritaba, no solo por la fiebre, sino por el santo temor – don del Espíritu Santo - de perder mi vida condenada al sufrimiento eterno. Siempre recuerdo esos momentos – siete u ocho años - que han marcado mi existencia. Y, también ahora, los bendigo porque, de y por ellos, he orientado mi camino. En muchos momentos, ahora ya mayor, me pregunto si esos pensamientos fueron una llamada
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