Hay momentos que tu corazón necesita hablar, no sólo dentro de ti, sino también al exterior. Necesita lanzar un grito de esperanza y de amor, porque no fue creado para vivir sólo dentro de ti, sino para comunicarse con otros y poder tener la oportunidad de amar. Necesita latir a ritmo de amor, y, para eso, necesita relación y amistad con otros. Y, en nuestro tiempo, cada vez se hace más difícil. El mundo se encarga de ocuparnos y separarnos.
Concretar una reunión con algunas personas. Incluso compartiendo la misma fe, nos cuesta y se nos hace casi imposible. Cuando no hay una cosa hay otra, y cuando no hay obstáculo, hay desgana o apatía. El resultado es que cada día nos separamos más. Alguien, con muy mala intención trata de cargarnos y separarnos. Y ocuparnos en muchas actividades puede ser una de esas salidas a conseguir el anhelado resultado de separarnos.
Por eso, aunque no es la solución perfecta ni la más adecuada, si puede ser una buena solución para, al menos, estar en contacto y compartir nuestra fe fortaleciéndonos y tratando de no vendernos a la seducciones con las que el mundo nos tienta. Y de, en nuestro lugar de convivencia, pertrecharnos y combatir contra esas luces con las que el mundo nos quiere encandilar y confundir.
Somos seres en relación, creados para relacionarnos en el amor, y eso nos exige juntarnos, unirnos y compartir. Se hace necesario buscar tiempo para dejar hablar a nuestro corazón y darle mucha importancia a ese tiempo. Será oro para nuestra alma y desahogo para nuestro corazón. La clave se esconde en darle la verdadera importancia a ese tiempo.
Porque, ese es el tiempo verdadero de salvación. Un tiempo para escucharnos; un tiempo para mirarnos; un tiempo para discernir la trayectoria de nuestro camino; un tiempo para analizar el comportamiento de nuestro compromiso de amor; un tiempo para buscar espacio de relación personal y de encuentro con Dios.
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