A veces pensamos más en lo de afuera que en lo de dentro. Porque es lo de dentro de donde sale el pecado. Es verdad que hay que cuidar las apariencias y ser respetuosos, pero eso no rompe la amistad con Dios. Quizás, distraídos, y no conscientes, olvidamos que el Señor está presente y no le guardamos el debido silencio y compostura, pero no por eso le faltamos o le rechazamos.
Somos como niños inquietos, que no podemos permanecer en silencio, y hablamos y nos relacionamos. Después de todo, esa forma de interesarnos unos por los otros y compartir alegrías son también alegrías para nuestro Padre Dios. Y reflexiono sobre todo esto porque hay muchos, yo también lo he hecho, que nos quejamos de la algarabía y ruido que formamos en los templos sin tener en cuenta el debido respeto y silencio. Incluso, para las demás personas que permanecen en reflexión u oración.
Pero, creo que eso no ofende al Señor, aunque comparto que no es la debida compostura y forma de estar en los templos. Es la Casa de Dios y debemos tener formas de saber estar y respetar el silencio para los demás. Sin embargo, al hijo de todo esto, lo verdaderamente importante, no es nuestra aparenta forma de comportarnos sino nuestra verdadera actitud de amar. Porque el desamor si rompe tu amistad y relación con Dios.
Siendo bueno y aconsejable tener una actitud respetuosa en el templo, lo más importante es estar dispuesto a perdonar y a servir a tu prójimo. Porque, inconscientemente y distraído, hablar en alta voz delante de Dios no significa darle la espalda ni olvidarlo. Y menos, rechazarlo. En cambio, lo otro, mantener tu propia soberbia y exigencia en no perdonar e imponer rigidez, humillación e ideas, si es contravenir el amor con el que Dios quiere que vivas.
Por lo tanto, no te fijes tanto en el ruido y la algarabía y trata de amar más y de, no tanto hablar , sino escuchar y compartir.
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