A veces confundimos el amarnos con el darnos. El amor no empieza por amarnos nosotros, sino amar como queremos y nos debemos amar nosotros. No se trata de procurarnos lo mejor para nosotros, y llenarnos de comodidades y bienestar, sino de querernos salvar amando como nos ama el Señor. Esa es la diferencia que a veces, llevado por nuestra humanidad, no llegamos a ver claramente.
Sí, quiero para mí la salvación. También, en la misma medida y con la misma intensidad, debo querer y desear la salvación de los otros. ¿No fue eso lo que hizo Jesús? Y sigue haciéndolo. Nos buscas a todos para salvarnos. Ese es el amor que termina en la Cruz. Por eso decimos que lo importante no es amarte, sino amar con un amor, valga la redundancia, capaz de renunciar y de entregarse.
Por eso, abramos los ojos y pidamos al Señor que nos muestre el verdadero camino. Camino de amor, pero un amor que, empezando por mí se prolonga más allá hasta a los hermanos. De tal forma que, sufre y no está tranquilo mientras otros sufren y padecen.
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