No es que cuando experimentes el peso del cansancio sientas gozo o alegría. Pero si es bueno experimentar que te cansas porque trabajas y te esfuerzas en dar todo lo que puedes dar. El cansancio exige esfuerzo, y en él descubres que se esconde la prueba del algodón.
Hablamos de cruces, pues bien, esas son las cruces. Las cruces de cada día que, cuando las hacemos por el Evangelio y apoyados en la Gracia de Dios, nuestros esfuerzos, aunque parezcan vanos, no son vanos. Están construidos sobre la Roca de la Gracia de Dios, y en Él todo se vuelve oasis, descanso y cosecha de buenos frutos.
Por eso es bueno experimentarnos cansados, porque eso significa siembra, cultivo, trabajo y posteriormente, cosecha y frutos. Cosecha y frutos que pertenecen a la Gloria de Dios, porque es Él el Labrador, el que por su Poder y por su Amor da vida a la tierra para que dé cosecha y frutos.
El camino es la historia de nuestro esfuerzo, porque en él vamos dejando nuestras obras y la historia de nuestro amor. Esos son nuestros frutos que presentamos al Padre al final de nuestra vida. En esa hora se ha acabado nuestro tiempo, porque nuestro tiempo es nuestra vida. Es el resultado de lo que hacemos en cada instante, y cuando llegue al final se habrá acabado nuestro tiempo y nuestra vida.
Es bueno sentirse cansado, porque él, el cansancio, descubres las huellas de tu trabajo. No te cansas descansando, sino porque te esfuerzas. Pues bien, lo importante al final es que el esfuerzo que presentes sea el esfuerzo de tu amor. Eso es lo que espera nuestro Padre Dios. Por eso, repito, es bueno cansarse.
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