No trates de justificarte cuando experimentes que has obrado mal. Miráte de frente a ti mismo y busca en tu corazón la verdad. Ponte en el lugar del que haya recibido tu ofensa o tu mentira, y asume que has pecado. Fue lo que hizo Pedro, Pablo y muchos otros. No han sido mejores que tú, sino que han mirado de frente su pecado y se han arrepentido.
Esa es la condición que te pone Jesús. Arrepiéntete de tus pecados. No trates de creerte justo, ni mejor que nadie. Si tienes alguna cualidad, agradécesela a Dios, porque de Él la has recibido. Y ponla al servicio de los demás. Jesús necesita de tus pecados, porque para pagar por ti y salvarte necesita saber, por ti mismo, lo que debes. Y debes según el mal que has hecho.
Por lo tanto, no tengas miedo. Sólo necesitas, tú igual que yo, arrepentirte y arrepentirme de tus y mis pecados. Y seremos salvados. Porque Jesús no ha venido a condenarnos sino a darnos su Misericordia y su Perdón. Piensas que si fueran otras sus intenciones, no tendríamos escapatoria, porque nunca podremos dejar de pecar sin su ayuda.
Sólo por su Gracia, y por su Misericordia, podemos encontrar el remedio para vencer a nuestra naturaleza pecadora y alcanzar la salvación. Esa es la alegría que el jueves, 25 de diciembre, cantábamos al conocer el Nacimiento de Jesús. Porque Él viene a darnos esa salvación que necesitamos y buscamos.
Y no nos deja solos, porque sabe de nuestras debilidades y de nuestra humanidad pecadora. Por eso permanece y vive entre nosotros. Ha Resucitado para decirnos que es Dios, que tiene poder sobre la muerte. Y nos acompaña para, arrepentidos, salvarnos.
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