La fe cuando sale del corazón, lo mueve y bombea la sangre por todo el cuerpo. Se nota que el corazón se siente impulsado y se nota que la sangre se mueve por los propios latidos del corazón. Pero si nada de eso ocurre, las palabras que hablan de la fe son huecas y duermen cómodamente dentro del corazón. Nada se mueve y la sangre se pudre al estar pasiva y sin movimiento.
La fe nos hace mover, se manifiesta en la vivencia diaria del acontecer instantáneo y se hace visible en hechos concretos de nuestra vida. La fe proyecta los latidos de nuestro corazón en la lucha del momento, del instante y de la vivencia. Y todo lo alumbra desde la luz que los impulsos del Espíritu le transmite. La fe abre tu boca y mueve tus pies y te hace hablar para transmitir su confianza y su esperanza. La fe no se siente sino se vive.
Porque los sentimientos nacen y mueren, a veces rápidamente, pero la fe se mantiene, pues si muere deja de ser fe y queda el vacío y la huida sin sentido. La fe no dice nada, sino camina, busca y encontrado su objetivo, se manifiesta, habla, suplica y comunica, y esperanzado aguarda confiado la respuesta. La fe mueve y prepara a la venida, porque sabe que llegará Aquel en el que se confía y se espera la salvación. La fe hace el adviento y mantiene despierto y en vilo la venida, la llegada y el camino.
Porque la fe sino se hace vida y camino, no es fe. Simplemente será un sentimiento de esperanza que se desvanece con las primera nubes que te impiden ver. La fe es, como la del centurión, un ruego que suplica salvación y que sabe que sólo con la Voluntad del Dios suplicado, la salvación tendrá lugar. Pero, la fe, necesita búsqueda, trabajo, cultivo, esfuerzo, ruego y petición, porque la fe nace cuando es probada por la desconfianza y la adversidad.
Danos Señor el don de la fe para que, abandonados a la acción del Espíritu Santo, abramos nuestros corazones a sus impulsos y a la Voluntad de tu Corazón.
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