De todos es sabido que lo bueno exige esfuerzo. No hay nada que nos hayamos propuesto por ser bueno y conveniente para nosotros que no nos haya exigido bastantes sacrificio y esfuerzos. Se machacan y preparan los atletas en el gimnasio; hacen lo equivalente los futbolistas en sus estadios y no digamos de los ciclistas y los tenistas... Todos sufren exigencias y esfuerzos físicos, dietas y descanso para estar en plena forma y poder aspirar al primer lugar.
Y todo por conseguir títulos, medallas y premios que caducan y se evaporan. ¿Qué hacemos nosotros por conseguir que el Señor nos dé la fe? ¿La pedimos con insistencia, con esfuerzo, con perseverancia, con renuncias, con oración...? Porque sabemos que la fe es un don de Dios, pero también sabemos, por el mismo Jesús, que si pedimos seremos escuchados. ¿Lo hacemos?
Y lo que nosotros perseguimos no es un simple título, premio, medalla que nos da una gloria efímera, sino que buscamos la Gloria eterna y en plenitud junto al Padre Dios. ¡No hay nada más alto y hermoso a lo que podamos aspirar! ¡Y eso colma todas nuestras ansías y aspiraciones buscadas y deseadas!
Pongamos de nuestra parte todo el esfuerzo que podamos al mismo tiempo que se lo pedimos al Señor Jesús.
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