Todos tenemos derecho a ser libres y, por consiguiente, decidir en libertad. Pero este criterio encierra mucha demagogia y falsedad, porque para decidir en libertad, primero hay que entender y saber que es ser libre, porque nadie es libre para hacer el mal y menos matar. Quién entienda que la libertad da derecho a matar no ha entendido que es vivir en libertad.
¿O es qué tiene derecho esa señora a matar a la presidenta de la diputación de León cuando se le antoja porque está enfadada con ella? Ese ejemplo desgraciado de hace unos días nos sirve para alumbrar la reflexión que hoy nos hacemos. Nadie tiene derecho a decidir libremente un mal, porque no está actuando libremente sino sometido por sus sentimientos de odios, de soberbia y venganza, es decir, no es libre.
Están equivocadas, se cae de maduro, la exigencia de la mujer a decidir en libertad la vida o la muerte del ser que lleva dentro de su seno. Porque desde la concepción hay vida, y una vida distinta, única, irrepetible y con los mismos derechos que ella.
Por lo tanto, derecho a decidir en libertad, sí, pero sabiendo que tu libertad termina donde empieza la del otro. Y el otro es, en este caso concreto, ese niño que vive en el seno de su madre.
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