Cuando experimentamos que alguien nos ofrece algo que necesitamos de forma gratuita, indudablemente nos llama la atención. No estamos acostumbrados a recibir nada gratis, y menos de forma voluntaria y en actitud desinteresada y amable. Nos cuesta descubrir y comprender que haya personas que se den de forma libre, sin ningún interés y gratuitamente.
Cuando estas cosas nos ocurren, nos preguntamos, ¿por qué? Porque en nuestros criterios todo servicio tiene un precio, y nadie hace nada si no hay a cambio una recompensa. De esto, todos tenemos algo de culpa, porque llegado el momento tratamos de aprovecharnos y lo estropeamos.
Porque una cosa es servir, y otra muy diferente hacer el primo. Servir de forma voluntaria y gratuita sucede cuando la persona asistida y servida está necesita, tiene carencias y se encuentra en situación de ser atendida. Pero otra cosa es aprovecharse de este servicio usando la picaresca y de forma egoísta. Así no cuestionamos sino hacemos el papel de bobos.
Bien es verdad, que muchas veces se va por lana y se sale trasquilado. El Espíritu pone las cosas en su sitio, pero nosotros debemos usar la cabeza y hacer las cosas, que para eso la tenemos, según la Voluntad de Dios. Hay que ayudar al necesitado, pero el que pueda que se gane su sustento con su esfuerzo y trabajo. El que no trabaje porque lo evita o lo esquiva, pudiendo hacerlo, que no coma, decía san Pablo.
La Iglesia trata de hacer eso, y hoy hay muchas gente que lo sabe y lo ha experimentado en sus propias carnes. Deben saber que eso lo hace la Iglesia por mandato del Señor Jesús, porque es continuadora de su Misión, y porque, en, por y con Jesús la Iglesia continua la obra redentora de su fundador para la salvación de todos los hombres.
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