No cabe ninguna duda que somos seres imperfectos, pero también tocados por la naturaleza caída y por lo tanto, expuestos a toda imperfección que nos amenaza con destruirnos. Sabemos, por ejemplo, que si padecemos de azúcar no debemos tomar alimentos azucarados, pero no sentimos incapaces de cumplir tal prohibición y la incumplimos incluso a riesgo de poner en peligro nuestra vida.
Cada cual tiene sus defectos, sus viciós y sus tentaciones que le hacen muy difícil o imposible cumplir con sus más profundos deseos del bien o del amor. Porque en nuestro corazón habita el deseo de hacer el bien y de amar, pero también existe, como una loza, la inclinación del mal y del desamor.
Hay una lucha interior que se debate entre el egoísmo y la solidaridad, entre el amor y el desamor. Deseamos ser solidarios, pero somos egoístas. Y esa lucha de cada día dependerá de cómo queramos llevarla a cabo. Desde nuestras propias convicciones y proyectos, es decir, según mi voluntad, mis principios y mis ideales, o según la Voluntad de Dios que da la vida por mí y me ama hasta prometerme con su ayuda liberarme de mis esclavitudes.
Porque lo verdaderamente importante consiste en saber que yo nunca encontraré lo que busco, es decir, la felicidad y eternidad, pues en las cosas de este mundo no se encuentran. Mientras que adherido e injertado en Xto. Jesús, según su Voluntad, encontraré la salvación eterna anhelada. Esa es la diferencia y el valor de lo verdaderamente importante. Todo lo demás es perder el tiempo y gastarnos por las cosas vanas y caducas, que terminaran convertidas en pura basura.
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