Y de eso somos responsables los católicos comprometidos, porque, no por el hecho de estar bautizados nos comprometemos, pues la realidad nos revela que así sucede. Somos muchos católicos los que vamos a misa los domingos, pero muy pocos los que actuamos luego como católicos en el mundo que nos ha tocado vivir.
Los hechos nos dicen eso: se aprueba el aborto, se cierran las iglesias porque faltan seglares que las mantengan abiertas, se falta a la castidad, se vive según las apetencias y los intereses, y eso del compromiso bautismal es cosa más de un acto social, pero sin ninguna repercusión en la vida real.
Porque al parecer hay dos vidas: una religiosa o litúrgica, y otra social o verdadera. Es más importante la verdadera, porque es esa la que tiene incidencias y comportamientos de relación entre las personas, y de la que se derivan nuestras actitudes de convivencias y consecuencias.
De todo esto, deducimos que las iglesias permanecen cerradas porque los católicos solo las usamos para celebrar misas, más rituales y como un acto social, que como una experiencia y encuentro con un Dios vivo presente en las especies de pan y vino, que nos comprometa y nos salve. ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso? ¿Realmente, vivimos nuestro compromiso de Bautismo?
Estas palabras del Papa Francisco nos pueden ayudar a reflexionar, ¡claro!, siempre si queremos hacerlo:
Iba con mis compañeros a un gran parque a
celebrar como es costumbre un picnic y pasar el día cantando y bailando
(celebraba el Día de la Primavera), pasamos por delante de la iglesia de
San José de Flores, mi parroquia y sentí la necesidad de entrar en
ella. Vi acercarse a un sacerdote que no conocía y que iba a un
confesonario. Arrastrado por una fuerza que no sé explicar me acerqué a
él y me confesé. Cuando terminamos le pregunté quién y de dónde era. Me
dijo que correntino; estaba enfermo de cáncer; murió al año siguiente.
Dios me primereó, me estaba esperando en aquel confesonario. Cuando me
levanté supe que iba a ser sacerdote”.
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