Es un frase genial de Antonio Machado. Genial porque es muy profunda y en ella está contenida toda nuestra vida. Un frase, una oración que descubre el motor de cada día y enciende la actitud de empezar, cada día, de nuevo. Sin lugar a duda, el camino de nuestra vida empieza en el momento que empezamos a respirar, y ya no para hasta el final.
Pero, al mismo tiempo que nuestra respiración, también deben ponerse en marcha nuestros deseos, nuestros afanes e ideales; nuestras actitudes de búsquedas y, sobre todo, nuestro anhelo de alcanzar la felicidad. Porque dentro de cada uno de nosotros bulle un deseo de ser feliz. Pero, ¿qué entendemos por felicidad? Esa es la cuestión, porque cada cuál entenderá diferentes forma de sentirse feliz.
Y, mientras para uno ser feliz es dar rienda suelta a sus sentimientos y pasiones hasta que el cuerpo aguante, para otros es poseer bienes y riquezas. Otros anhelan poder y honores, y también los hay que desean privilegios, notoriedad y títulos. No olvidamos a los que ambicionan fama y popularidad y muchas más cosas que sería imposible de enumerar.
Sin embargo, nada de esas cosas terminan por hacerte inmensamente feliz, ni tampoco eternamente. Y, el ser humano, quiere ser feliz siempre. No un día sí y otro no. ¡Siempre! Esa es la esperanza con la que el hombre y la mujer se mueven y caminan en este mundo. Buscamos y buscamos siempre con la esperanza de encontrar un mejor trabajo, más remunerado, más cómodo; una casa mejor, un mejor coche, el amor soñado, la familia perfecta, y...etc. Todos buscamos siempre mejorar. Nunca quedamos satisfechos con lo que alcanzamos.
Mientras buscamos es señal que estamos vivos porque buscamos y buscamos en la esperanza de encontrar algo que nos haga más feliz. El hombre que espera es un hombre vivo, que camina. Podemos observar y afirmar sin temor a equivocarnos que, el hombre y la mujer tienen dentro de sí el germen de la felicidad, y quieren ser felices. Y lo que le motiva a ello es la esperanza de poder conseguirlo algún día. Porque de no ser así se pararía, y dejaría de caminar. Entonces, se acabaría el camino, y si no hay camino, tampoco hay caminante, porque el camino se hace cuando hay alguien que camina: El caminante.
Por lo tanto, la esperanza es la gasolina, la clave y el móvil que nos pone en actitud de caminar y buscar. Visto y experimentado que la esperanza en las cosas de este mundo, materialista y consumista, no la dan sino todo lo contrario, la quitan, nos queda sólo un camino esperanzador, y ese es "la esperanza cristiana". Porque el creyente espera, no en este mundo, sino que trasciende más allá, y descansa su esperanza en la promesa de JESÚS: "Quien come mi Cuerpo y bebe mi Sangre tendrá vida eterna".
Sumergidos en este mundo asfixiante, lleno de tentaciones materialistas y consumistas, necesitamos pertrecharnos con las herramientas necesarias para la lucha y el combate que nos ayuden a poder vencerlo y vencernos a nosotros mismos. Nuestra cárcel carnal, que nos envuelve y presiona, es el principal frente al que tendremos que enfrentarnos en este camino que hacemos al caminar. Y para ello, como nos aconseja Benedicto XVI en su encíclica Spe Salvi, tenemos tres lugares que nos ayudarán a fortalecer, como si de un gimnasio se tratara, esta hermosa y necesaria virtud de la esperanza cristiana.
En primer lugar la oración. El diálogo abierto, cercano, íntimo y confiado con el PADRE DIOS. Sin cortapisas, sin audiencias, en todo momento y lugar. Seguro de sus respuestas y confiado en su comprensión y misericordia. Sin medida de tiempo, con toda la paciencia y delicadeza del mundo. Y dispuesto siempre a la escucha, incluso en los momentos de mayor soledad y cuando todos te han dejado solo. DIOS es el PADRE que da esperanza, porque su Palabra es Palabra de Vida eterna.
Nuestro camino, en nuestro propio caminar, está lleno de alegrías, pero también de dolor y sufrimientos. Tanto físicos como psíquicos y morales. Nadie escapa al dolor, pero también, el dolor, nos ayuda a mejorar, a comprender, a fortalecernos y a darle sentido a nuestro camino. Cuando el dolor y el sufrimiento se aceptan, no con resignación, sino con la esperanza de que hay una vida mejor, éste no tiene la última palabra, crecemos y maduramos, y nos fortalecemos en espíritu y en verdad. Nos sentimos más capaces, más libres y esperanzados. Dentro del dolor experimentamos un gozo de esperanza.
Y, finalmente, cuando el camino lo hacemos dentro de estas coordenadas y vemos que, allá en el horizonte, empieza a deslumbrar nuestro atardecer, nos llena de gozo y esperanza el experimentar que hemos cogido la buena senda, la de la esperanza de la verdadera y única vida, la que es plena de gozo y felicidad y, ¡además!, eterna. Es entonces cuando todo se ilumina y tiene verdadero sentido. El camino está hecho, se ha recorrido y se ha llegado al puerto anhelado. Realmente queremos eso, "la vida plena de felicidad y eterna".
¡Hermosa entrada!¡ muchas gracias.
ResponderEliminarBendiciones!!!
Me encanta... en vida ese camino esta iniciando.. gracias
ResponderEliminarMe encanta... así somos, así seremos, cominantes de la vida. Gracias
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