Somos muy proclives a decidir y juzgar las actitudes y comportamientos de los demás. Es un pecado muy frecuente que todos cometemos. Se nos va la lengua rápida y, muchas veces, porque no sabemos o no tenemos otra cosa que decir ni hablar. Nuestra cultura es poca, en muchas situaciones, y, en otras, el ambiente que nos rodea nos arrastra.
Basta echar una rápida mirada a la tele para comprobar lo que comento. Proliferan los programas basuras o llamados del corazón, donde lo habitual es hablar de la vida de otros. Se nos hace fácil y hasta divertido criticar de una u otra manera la vida de los demás, pero nunca nos hemos preguntado: ¿Qué derecho tenemos a hacerlo?, porque, ¡seguro!, no nos gustaría que lo hicieran con nosotros.
Así, ponemos en la calle a cualquiera, o pensamos mal de la conducta o pensamiento de otras personas. Confieso que me ha pasado mucho eso y lucho con todas mis fuerzas por desterrarlo. Debemos saber que nuestros sentimientos y pensamientos son libres y entran y salen en nuestra mente cuando quieren o se siente influidos por el ambiente que tocan. No podemos dominarlos. Para eso tenemos nuestra voluntad, para decidir si les permitimos entrar o no.
Y esa es nuestra lucha y combate: "Desterrarlos de nuestra mente y rechazarlos para que no se instalen en ella. Nuestra arma: "Nuestra voluntad", que nos ayudará a rodearnos del ambiente que nos favorezca para derrumbarlos y dispersarlos. Pero sobre todo, la fuerza del ESPÍRITU SANTO, con la cuál no podremos ser vencidos. Es una lucha constante, pero saldremos victoriosos.
Pero, sí, de la misma manera que decidimos y enjuiciamos la conducta de los demás, también nos atrevemos a decidir sobre la vida de otros. Somos tan necios que nos atribuimos el poder de decidir quien vive y quien muere. ¡DIOS mío, qué barbaridad! ¿Quién nos hemos creído que somos para impedir a DIOS lo que tenga pensado hacer con cualquiera de nosotros? ¿Quiénes somos para provocar a DIOS y desbaratarle el plan y la obra que tenga pensado sobre una persona?
¿Acaso no puede DIOS cambiar la vida de cualquier persona? ¿Acaso no puede servirse DIOS de ti, o de mí, para influir y hacer pensar a otra persona? ¿Acaso las deficiencias de unos no sirven para activar y provocar la generosidad y la entrega de otros? ¿Acaso el problema tuyo no puede ser la salvación mía?
¿QUIÉN ERES TÚ PARA DECIDIR SOBRE LA VIDA DE LOS DEMÁS?
Hay muchos testimonios de enfermos que han visto sus vidas transformadas por las circunstancias de su enfermedad. Hay muchos niños, nacidos en el vientre de sus madres, que han sido la alegría y la salvación de sus familias. Hay muchos momentos difíciles que nos hacen recapacitar y darnos cuenta de la locura de nuestra vida. La vida, puesta en las Manos de DIOS, es un don que está para una misión, y esa es la de servirte, para conseguir ser eternamente feliz.
Sólo, desde este punto de vista, el aborto y las murmuraciones deben ser desterrados de nuestra mente. No hace falta ni plantearse nada más, aunque razones hay muchas que lo descubren como un daño (asesinato) y atentado sobre la vida y la fama de las personas. ¿Acaso te constituyes tú en juez de tu hermano? ¿No le pertenece ese papel a tu PADRE? ¿Eres tú lo suficientemente justo y perfecto para juzgar? ¿Estás tú libre de toda culpa? ¿Por qué entonces tiras piedras?
Y esto lo entiende todo el mundo. Es más, está en el corazón de toda persona. No hacen faltas razones científicas, que las hay y lo dejan claro, ni tampoco otras muchas razones que explican claramente la defensa de estos derechos. Sólo hace falta un poco de sentido común. "No hagas con otro lo que no quieras que hagan contigo". Lo dijo Alguien hace ya 2,011 años.
Pero, lo más importante, es que está inscrito dentro de nuestro corazón, y sólo lo desdibuja, porque nunca llegará a borrarlo, el egoísmo de querer vivir la vida según nuestros pensamientos y voluntades, a nuestro propio servicio. Un triste servicio, porque en breves años terminaremos dándonos cuenta que hemos perdido el tiempo cambiando un Tesoro Eterno y gozoso, por una basura caduca y finita. Tú puedes decidir que la vida sea devuelta a su Creador, pues sólo a ÉL le pertenece.
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