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miércoles, 27 de febrero de 2013

EN LAS COSAS APARENTEMENTE PEQUEÑAS



Nos pasamos el tiempo buscando hacer algo que llame la atención. Buscamos acciones que destaquen, que llamen la atención, y todo lo que no comporte eso nos parece de poca monta y que no merece la pena ni prestarle las más mínima importancia. Sin embargo, en lo pequeño está el secreto, porque lo que no llama la atención, lo cotidiano de cada día es lo que cuesta trabajo hacerlo bien.

El final de una torre, allá en lo alto, donde nadie va a mirar, pues no tendrá oportunidad de hacerlo, la obra puede dejarse con algún defecto, o al menos no prestarle gran atención e interés en acabarla perfectamente. No obstante, eso es lo meritorio, donde nadie te ve, actuar como si te miraran todos. Es la diferencia de considerar tu público Dios y no la gente. Él siempre estará viendo tus actos, incluso en lo más escondido.

Hoy he tenido una sensación y un gusto interior al tener que privarme de algo que me gusta y me cuesta trabajo el no verlo. Se trata de algo pequeño, una infantilidad o apego que da hasta vergüenza compartirlo, pero es así y te influye hasta tener que llevarlo a la oración y suplicar el desapego, la libertad. Pues bien, la cuestión es que el miércoles hay un prometedor partido de fútbol, Milán-Barcelona, y por nada del mundo me lo quiero perder.

Por circunstancias de no coincidir con otros actos, nunca se había dado en los cinco o seis años que llevo haciéndolo, la catequesis prebautismal se había pasado para el jueves, en lugar del viernes. Esta misma tarde, 18 de febrero, escribo esta vivencia hoy por la noche, Berta, confirmo su visita con el médico para el 21, jueves. La visita es en Las Palmas, y para ello hay que tomar el avión, singularidad canaria, que te hará dedicar todo el día, con el desplazamiento incluido. 

Así las cosas, avisé a D. Miguel, el párroco, sobre la imposibilidad de impartir la catequesis. ¿Y saben lo que ocurrió? D. Miguel me sugirió si la podía impartir el miércoles. Precisamente a la hora del partido. Sin pensarlo, sin ni siquiera darme cuenta, acepté, dije que sí. Y cuando me retiraba mi corazón se lleno de gozo y alegría, pues había experimentado que mis súplicas de desapegarme habían sido escuchadas. Y de una forma irrevocable aunque voluntaria y libre.

No siento pena sino gozo el poder ofrecer ese ayuno, pues eso es también ayunar, por muchos que obligatoriamente pasan hambre, sufren enfermedad, están condenados a muerte, incluso dentro del vientre de sus madres o no tienen techo ni trabajo donde cobijarse y cubrir sus necesidades. Lo mío es insignificante, pero esa apetencia pequeña me ha fortalecido y me ha abierto el corazón. Y lo más importante es que descubres que es el Espíritu Santo quien te empuja y actúa, y quien en definitiva, con tu pequeña colaboración, hace la obra.


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