Supongo que la
primera condición, nunca impuesta sino necesaria puesto que eres libres de
escoger o no el camino a seguir, es tu elección. Se trata de que tú quieras y
elijas fiarte de la Palabra del Señor. De no ser así no hay nada que hacer. Esa
es la causa de que el mundo está como está. Si Dios, nuestro Padre, no
respetara la libertad del hombre todo se acabaría en un instante. Todo sería y
se haría según su Voluntad.
Pero, nuestro
Padre Dios no ha querido imponer su Voluntad sino dejar que el hombre, su hijo,
la acepte voluntariamente y también inteligentemente. Porque, la elección más
inteligente es aceptarle como Padre y obedecerle. Es decir, hacer su Voluntad.
Esa fueron las primeras palabras de María, la elegida para ser su Madre. Y la
elección mejor y más inteligente que el hombre puede tomar. De eso dependerá
alcanzar esa felicidad que está sembrada en lo más profundo su corazón y por la
que luchará toda su vida por y para conseguir.
Y, como
consecuencia, de nada me vale orar si mi oración no influye y tiene consecuencia
en los actos de mi vida. Jesús nos da un toque y nos lo advierte: «De que te vale ganar el mundo si pierdes tu vida –
alma – para la eternidad». Lo que queremos
decir es que no se trata de no ser eterno – todos los seremos – se trata de ser
feliz eternamente. Y de no estar con Dios nuestra eternidad será un tormento y
una angustia insoportable.
Conviene tomarse
en serio esta propuesta e invitación del Señor, y llevar a nuestra vida de cada
día los compromisos, tantos los ofrecidos en nuestras oraciones como los que la
misma vida te va presentando. Y es que si tus oraciones no te abren a una
disponibilidad de servicio entregada gratuitamente y por amor, nuestras
oraciones no están hechas desde el corazón y bien intencionadas. Debemos entonces
pedir y suplicar que convierta nuestro corazón – egoísta y apegado a este mundo
– en un corazón suave, manso y entregado por amor al servicio de los más pobres
y necesitados.
En eso debemos esforzarnos, en conseguir que nuestras oraciones sean coherentes y que, al menos, nuestra intención sea bien intencionada y tratemos de vivirla en la vida que cada día realizamos por la Gracia de Dios. Ese sería un buen proyecto y comienzo. La Gracia de Dios irá haciendo el resto.
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