—Qué
fue lo que te hizo experimentar esa parábola – Lc 15, 8–10 – de la dracma perdida?
―Fui
yo el que había perdido esa supuesta dracma ―respondió el amigo―. La
experiencia de pasar unos días, si no angustiados, sí preocupado y llenos de
tentaciones sospechosas, que no puedes evitar, te lo hacen pasar mal.
―
¿No recordabas donde podías haberla guardado?
―Tenías
varias ideas y recordaba donde podía haberla dejado, pero no daba resultado mi
búsqueda. Llegué a perder el tino y a pensar que podía haberla perdido en la
calle. Me angustiaba no saber donde podía buscar. Repetía una y otra vez en el
mismo lugar sin resultado alguno.
―
¿Y cómo la encontraste?
―Pues,
respondió el amigo, no fui yo, sino la mujer de la limpieza. Sabía lo que
habíamos perdido y rebuscando en una gaveta, la cual la había revisado varias
veces, la encontró pegada al fondo de la gaveta.
―
¿Cómo reaccionaste? ‒pregunté.
― ¡Con locura! ―. Sentí una gran alegría y un gran gozo. Inmediatamente, recordé la parábola de la dracma perdida, y me dije: «Señor, nos conoces muy bien y sabes de nuestras reacciones ante los hechos de la vida» «Sí, sentí una fuerte alegría y deseos de proclamarlo y hacer un fiesta, igual que se dice en la parábola». Había encontrado la dracma perdida.
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