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lunes, 31 de julio de 2017

CUANDO ME APETECE TE ABRO MI PUERTA

Esas palabras del Papa Francisco me dan y ayudan a echar una mirada dentro de mi propio corazón. Porque esa es mi tierra. Y, seguramente, tendrá un poco de todo: Será muchas veces carretera, donde la siembra de la semilla rebota, porque me hago impermeable, frontón o pared, donde la pelota siempre sale despedida y de regreso. 

Pero, también puedo ser terreno lleno de piedras, donde la semilla echa raíces y se abre al amor, pero la poca tierra que tiene no le deja hundir sus raíces con profundidad. Echa pronto raíces y quiere amar, rezar y dar testimonio, pero su superficialidad le cansa. No persevera y su terreno rocoso prevalece sobre la tierra buena. Es inconstante, pasajero y cómodo. Quienes reciben al Señor cuando les apetecen, no dan frutos, nos dice nuestro Papa Francisco. 

Y es una verdad hermosa, porque nos puede ayudar a reflexionar profundamente. Cuantas veces nos ocurre a nosotros eso. Nuestra poco compromiso, nuestras propias piedras de nuestros corazones nos ahogan y nos alejan de perseverar y tener a Dios como centro de nuestras vidas. Sí, muchas veces podemos estar anclados en esa tierra llena de piedras que no nos deja centrar nuestra vida en el Señor. Y nuestros frutos no son los adecuados ni los debidos.

Pero también, continua el Papa, nuestra tierra puede estar llena  de espinos y zarzas, que sofocan nuestra tierra buena y ahogan nuestro corazón. Son nuestros vicios, nuestros afanes y nuestras riquezas, que desplazan a Dios hacia un segundo lugar. Y, sí, lo tenemos entre nosotros, pero le vamos arrinconando con nuestros afanes materiales de poder, de tener, de vivir para nosotros mismos, y le ahogamos hasta casi desaparecer de nuestras vidas. Y si no los arrancamos de nuestros corazones, Dios no puede entrar en él y, por consiguiente, no daremos frutos.

Cada cuál sabe donde pueden estar sus piedras o sus espinos. Y también si su vida está en la carretera. Cada cuál puede limpiar su corazón y abonarlo para que la Palabra de Dios germine y dé los frutos que harán de su corazón un hermoso jardín que agrade al Señor y que, presentado a Él, nos llene de gozo, de alegría y Vida Eterna.

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