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martes, 18 de julio de 2017

TÚ ESTABAS TAMBIÉN EN EGIPTO

Resulta difícil identificarte con Jesús si no experimentas sentirte salvado.´No es fácil seguirle, y menos si no sientes que Él, antes, te ha salvado entregando su vida por ti. Para eso tienes que ubicarte en Egipto. El pueblo esclavizado y sometido por los egipcios -Ex 1, 8-14.22- con trabajos inhumanos y crueles. Les amargaron la vida con dura esclavitud: el trabajo del barro, de los ladrillos, y toda clase de trabajos del campo. Y hasta llegar a arrojar a los niños al Nilo, sólo dejando a las niñas.

Esa es parte de tu vida también. El mundo nos oprime y, a veces, para mucho de nuestros hermanos en la fe, la situación es desesperada y cruel. Experimentar ese desierto en tu vida, no digo que es necesario, pero si afirmo que te pone frente a Dios y provoca el encuentro con Él. Los israelitas se sintieron salvados y liberados por la Mano de Dios a salir de Egipto. Y ese cordero, de un año y perfecto en su físico, que comieron momentos antes de partir con pan ázimo, es imagen del único y verdadero Cordero Pascual que Jesús, siglos después, en una tarde también, fue llevado al matadero mudo sin quejarse, como oveja para ser trasquilada.

Todo sucedió de la misma forma. Jesús, con su pasión y muerte nos salva y nos libera de la esclavitud del pecado. Él es el Cordero que nos libera del Egipto de nuestros días, el mundo con el que libramos cada día nuestra batalla personal y colectiva. Él es el Mesías, al que Felipe enseñó y describió, como Cordero llevado al matadero para ser trasquilado... en Hch 8, 26-35-.

Como un cordero, que atadas sus patas y preparado para ser crucificado, no protesta ni se queja. Permanece impasible hasta que el cuchillo lo degüella. Así fue Jesús, el Señor, hacia el Calvario y durante su juicio, sin abrir la boca ni protestar. Se entregó para que tú y yo saliésemos del Egipto de nuestro mundo y, liberados, gozásemos del Cielo, dicha bienaventurada al lado del Padre Bueno que nos quiere y nos espera. Cuando empiezas a tomar conciencia de tu permanencia en Egipto, empiezas también a entender cuanto nos quiere Dios. Y, claro, no lo entiendes, porque es un misterio y un amor que no merecemos.

Pidamos al Señor que entendamos su Amor y tomemos conciencia de lo que ha hecho por nosotros. Pero, antes,  comprendamos el desierto de nuestra vida y las esclavitudes a las que estamos sometidos.

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