La oración se convierte en vida cuando realmente es verdadera oración, pues si se queda sola en palabras y relación íntima con Dios queda coja. Porque, sólo llega a Dios si viene apoyada en beneficio de los hermanos, especialmente los más necesitados. E incluso los enemigos.
La vida no se mide por la oración, ni por las novenas, ni siquiera por las Eucaristías. La vida es la expresión del amor a Dios concretado y derramado en los hombres de cualquiera condición. ¡Claro!, ¿quién hace eso y ama de esa forma? Está claro que necesitas orar. Orar para eso, para transformar tu corazón interesado, egoísta y cómodo en un corazón dado, entregado y sin condiciones.
Porque, así te está amando el Señor. Y no de otra forma. Luego, si tú y yo queremos amar como ama Jesús, tendremos que hacer lo mismo. El discípulo no es más que el Maestro. ¡Y claro, bastante claro!, necesitamos la oración, pero una oración que se haga vida.
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