Hay amores que matan, y esos amores son aquellos que pretenden cambiar al otro según sus criterios. Nos enfadamos con la otra persona porque no es tal y como a mí me gustaría que fuera. Me enfrento e incluso me atrevo a juzgar al otro porque no ha actuado según yo entiendo y pienso.
Pero, ¿acaso estoy yo en posesión de la verdad? ¿Es qué el otro tiene que ser como yo pienso? ¿Y es esa la verdad, la forma correcta de comportarse? No ayudamos a crecer, sino a violentar y violentarnos. Porque pretendemos no que el otro cambie según la Verdad, que solo la tiene nuestro Señor Jesús, sino que pretendemos que cambie según nuestro parecer y nuestra pequeña verdad.
Por eso, cuando el otro no ve lo mismo que nosotros, no por eso significar que estamos en desacuerdo ni enfrentados, sino que no nos percatamos de sus necesidades o malestar, en lugar de acercarnos, ayudarle a descubrir nuestra necesidad de ayuda y pedírsela, le recriminamos su falta de observancia, detalle o despiste. ¿No sería lo más correcto ayudarle a descubrir que le necesitamos, y pedirle esa ayuda?
Y sin apreciar, que el otro no solo está dispuesto a ayudarnos, sino que raudo y veloz, y de buen agrado, correría a nuestra ayuda y servicio a la menor solicitud pedida, le enfrentamos a nosotros recriminándole su defecto, su no virtud o error al no darse cuenta de su poca atención.
Amar es ayudar, comprender y acompañar a que el otro pueda servirnos y crecer en corregirse. Por eso, el amor es paciente, comprensivo, perdona, entiende...
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