Me cuesta confesarme, y lo comparto porque creo que a muchas personas les puede pasar como yo. Sobre todo cuando lo haces con cierta frecuencia, con meditado análisis, con intención de crecer, de perfeccionarte. Sí, se hace difícil y cuesta encontrar caminos de discernimiento y de acusamiento personal.
De cualquier forma, intentar ser fiscal de ti mismo es algo a lo que no estamos acostumbrados, ni tampoco llenos de la humildad necesaria con la que te puedas mirar y ver tu lado débil, frágil, deshonroso. ¡Sí, se hace duro y difícil!
Sin embargo, una luz se enciende cuando adviertes que no estás solo. Hay alguien contigo, y ese Alguien no es un cualquiera. Es Alguien enviado para acompañarte, para alumbrarte, para darte fuerzas, luz, consejos, poder, sabiduría, ciencia, piedad y temor de Dios.
Es Alguien a quien te han recomendado, eso que tanto se usa aquí en este mundo, y, ¡nada más y nada menos que por el Hijo!, Aquel a Quien el Padre ha dado su complacencia y ha nombrado su predilecto. De modo que, el Espíritu Santo viene de parte del Hijo y en nombre del Padre. ¡No es nada!
Por eso, en la confianza de sentirnos guiados y asistidos por el Espíritu Santo, pongámonos en sus Manos y confiemos en abrir nuestro corazón a la hora de ponernos en la presencia del Padre para implorar su perdón y misericordia. Solo tendremos que hablar. Hablar como hablamos delante de un espejo y a solas, pero con la certeza y confianza de ser comprendidos, escuchados, soportados pacientemente y, sobre todo, perdonados y amados.
Y hablar de mis problemas, de mis tentaciones, de mis deseos impuros, de mis pocas ganas de hablar, valga la redundancia. De mis miedos a hacer esto o lo otro; de mis perezas y envidias; de mis súplicas y ruegos; de lo que quiero para mi familia. De mis errores y egoísmos.
De lo que le pienso de mí cuando estoy solo y en silencio, pero en alta voz y delante de Él. ¿Qué no está? Sí, sí está, y te susurra inquietudes, te descubres intenciones, te delata tus caídas y pecados, y te alumbra tu buenas obras y te llena de humildad.
Solo déjate y aparca tu resistencia. Permanece ahí, ¡ha sido prometido! Quiere actuar, lo desea, es su Misión. Necesita tu libertad, tu abandono, tu actitud, tu confianza. No lo olvides, no estás solo, y aunque es difícil, con Él será más suave y posible. El Padre quiere sobre todo perdonarte, abrazarte, quererte, y por eso te ha enviado al Espíritu Santo para que, con Él, puedas acercarte a su Casa.
hola
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