A lo largo de un día cualquiera de nuestra vida hacemos muchas cosas qué, de forma inconsciente o consciente, nos exigen voluntad, esfuerzo y convicción de realizarlas porque sabemos que debemos hacerlas y nos va la vida en ello. Son nuestras respuestas responsables a unos actos que nos auto - exigimos porque sabemos de sus necesidades y de sus conveniencias para nosotros mismos.
En consecuencia, sin apetecernos, sin sentir deseos ni ningún sentimiento que nos motive e incline nos esforzamos en estudiar, en formarnos, en levantarnos a la hora convenida, en superarnos, en mortificarnos para continuar nuestra perfección y aumentar nuestra preparación. ¡Tenemos que prepararnos! nos auto-decimos, y oímos a menudo en boca de la gente. Es algo imprescindible y de lo que no podemos dejar de lado, porque de hacerlo las cosas no nos irían bien y estaríamos muy disconforme con nosotros mismos.
Buscamos lo que consideramos vital y fundamental para nuestra vida, y, lo primero, es el trabajo, porque depende de ello el poder comer, satisfacer nuestras propias necesidades y muchas cosas más. Pero olvidamos que, todas esas cosas que, ¡sí, es verdad!, hoy necesitamos, mañana no tendrán sentido y habrán desaparecido: "son caducas".
Luego, nos equivocamos cuando sólo vemos lo primero, nuestras necesidades, y hacemos de ellas nuestro fin y meta última. Si son caducas y finitas, no serán lo más importante, pues dejarán de existir un día y, la pregunta cae por sí sola: ¿Qué quedará después? ¿Dónde estaremos nosotros?
¿Desapareceremos también?
Nuestros sentimientos más íntimos nos barruntan que no será así. Unos piensan en la encarnación, otros que hay un no se qué... y otros que habrá una nueva vida. Todos esperamos algo misterioso menos dejar de existir. Y los que lo afirman saben que en lo más profundo de su ser se están engañando, y de ponerle en la tesitura de que se definan, dudaran con toda seguridad.
El hombre es un buscador por naturaleza, lleva su impronta de deseo de... y su inquietud estará constantemente en búsqueda, pero ¿en búsqueda de qué? Esa es la pregunta e interrogantes. Y, a poco que se pare y, seriamente, se esfuerce en responder descubrirá que lo que le importa y busca es su propia salvación. Y, claro está, que en este mundo no la encontramos, porque todo lo que nos rodea es caduco. No somos ni y para este mundo. Pertenecemos a otro mundo. Un mundo donde viviremos eternamente gozosos.
Ahora, a diferencia de nuestro mundo terrenal, en ese mundo espiritual que percibimos como ser y parte de nuestro todo, nos exigimos actuar por sentimientos, y cuando nuestros sentimientos no nos acompaña permanecemos pasivos y no nos esforzamos en movernos y actuar. Nos decimos que no hago esto porque no lo siento, o que esto a mí no me dice nada. En términos más exactos justificamos nuestros actos espirituales según nuestros sentimientos, de tal forma que si no sentimos deseos o ganas de rezar, no rezamos. O si no nos nace de dentro ir a la Eucaristía, no vamos. Todo depende de nuestros sentimientos, y si no lo sentimos no lo hacemos.
No ocurre así en nuestro otro mundo, el humano, como hemos reflexionado antes, sino que allí actuamos por encima de nuestros sentimientos, lo hacemos por convicción. Y esa debe ser la actitud que siempre nos empuje y anime a actuar: nuestras propias convicciones, porque los sentimientos pueden ir o venir y, según entren o salgan, pueden motivarnos a una u otra cosa.
Cuando rezo o participo en la Eucaristía debo, por encima de todo, hacerlo por convicción, porque creo que DIOS es mi PADRE, que me quiere, y desea mi salvación. Y cuando rezo, por la misma razón, debo exigirmelo por convicción, porque sé que mi PADRE DIOS me escucha, me atiende, se preocupa por mí. Y porque, algo dentro de mí, me dice que mi gozo y felicidad está en ÉL.
No son los sentimientos los indicadores de nuestras actuaciones, sino al contrario, es nuestra razón la que debe movernos a controlarlos, por eso hemos sido dotados de libertad y voluntad, para responder responsablemente. Y nuestra razón nos indica a todos que DIOS existe, y que si existe debe de decirnos como y qué debemos hacer para responder a su Amor, y no dejarnos a nuestros propios sentimientos y convicciones limitados y ciegos.
Por eso, nuestra razón, también nos dice que en JESÚS, su HIJO, tenemos el Camino, la Verdad y la Vida. Porque fiarnos de la verdad de los hombres no nos convence a nadie. Ellos se van, cómo nos ocurrirá a todos, y los que aquí continúan, hasta su hora, necesitamos que nos guíen para encontrar el camino. Y sólo JESÚS, que Resucitó nos puede guiar.
En consecuencia, sin apetecernos, sin sentir deseos ni ningún sentimiento que nos motive e incline nos esforzamos en estudiar, en formarnos, en levantarnos a la hora convenida, en superarnos, en mortificarnos para continuar nuestra perfección y aumentar nuestra preparación. ¡Tenemos que prepararnos! nos auto-decimos, y oímos a menudo en boca de la gente. Es algo imprescindible y de lo que no podemos dejar de lado, porque de hacerlo las cosas no nos irían bien y estaríamos muy disconforme con nosotros mismos.
Buscamos lo que consideramos vital y fundamental para nuestra vida, y, lo primero, es el trabajo, porque depende de ello el poder comer, satisfacer nuestras propias necesidades y muchas cosas más. Pero olvidamos que, todas esas cosas que, ¡sí, es verdad!, hoy necesitamos, mañana no tendrán sentido y habrán desaparecido: "son caducas".
Luego, nos equivocamos cuando sólo vemos lo primero, nuestras necesidades, y hacemos de ellas nuestro fin y meta última. Si son caducas y finitas, no serán lo más importante, pues dejarán de existir un día y, la pregunta cae por sí sola: ¿Qué quedará después? ¿Dónde estaremos nosotros?
¿Desapareceremos también?
Nuestros sentimientos más íntimos nos barruntan que no será así. Unos piensan en la encarnación, otros que hay un no se qué... y otros que habrá una nueva vida. Todos esperamos algo misterioso menos dejar de existir. Y los que lo afirman saben que en lo más profundo de su ser se están engañando, y de ponerle en la tesitura de que se definan, dudaran con toda seguridad.
El hombre es un buscador por naturaleza, lleva su impronta de deseo de... y su inquietud estará constantemente en búsqueda, pero ¿en búsqueda de qué? Esa es la pregunta e interrogantes. Y, a poco que se pare y, seriamente, se esfuerce en responder descubrirá que lo que le importa y busca es su propia salvación. Y, claro está, que en este mundo no la encontramos, porque todo lo que nos rodea es caduco. No somos ni y para este mundo. Pertenecemos a otro mundo. Un mundo donde viviremos eternamente gozosos.
Ahora, a diferencia de nuestro mundo terrenal, en ese mundo espiritual que percibimos como ser y parte de nuestro todo, nos exigimos actuar por sentimientos, y cuando nuestros sentimientos no nos acompaña permanecemos pasivos y no nos esforzamos en movernos y actuar. Nos decimos que no hago esto porque no lo siento, o que esto a mí no me dice nada. En términos más exactos justificamos nuestros actos espirituales según nuestros sentimientos, de tal forma que si no sentimos deseos o ganas de rezar, no rezamos. O si no nos nace de dentro ir a la Eucaristía, no vamos. Todo depende de nuestros sentimientos, y si no lo sentimos no lo hacemos.
No ocurre así en nuestro otro mundo, el humano, como hemos reflexionado antes, sino que allí actuamos por encima de nuestros sentimientos, lo hacemos por convicción. Y esa debe ser la actitud que siempre nos empuje y anime a actuar: nuestras propias convicciones, porque los sentimientos pueden ir o venir y, según entren o salgan, pueden motivarnos a una u otra cosa.
Cuando rezo o participo en la Eucaristía debo, por encima de todo, hacerlo por convicción, porque creo que DIOS es mi PADRE, que me quiere, y desea mi salvación. Y cuando rezo, por la misma razón, debo exigirmelo por convicción, porque sé que mi PADRE DIOS me escucha, me atiende, se preocupa por mí. Y porque, algo dentro de mí, me dice que mi gozo y felicidad está en ÉL.
No son los sentimientos los indicadores de nuestras actuaciones, sino al contrario, es nuestra razón la que debe movernos a controlarlos, por eso hemos sido dotados de libertad y voluntad, para responder responsablemente. Y nuestra razón nos indica a todos que DIOS existe, y que si existe debe de decirnos como y qué debemos hacer para responder a su Amor, y no dejarnos a nuestros propios sentimientos y convicciones limitados y ciegos.
Por eso, nuestra razón, también nos dice que en JESÚS, su HIJO, tenemos el Camino, la Verdad y la Vida. Porque fiarnos de la verdad de los hombres no nos convence a nadie. Ellos se van, cómo nos ocurrirá a todos, y los que aquí continúan, hasta su hora, necesitamos que nos guíen para encontrar el camino. Y sólo JESÚS, que Resucitó nos puede guiar.
Interesante artículo Salvador, se nos olvida que los sentimientos no son nada sin la voluntad. De otra forma seríamos hojas al viento.
ResponderEliminarSaludos afectuosos. Hilda
Los sentimientos que nos entran,sin poderlo remediar, son buenos pero también sentimos los malos. Es, entonces, cuando nuestra voluntad y según nuestras convicciones debe actuar para someterlos al bien.
ResponderEliminarGracias por tu visita, querida amiga, y un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.