A través de la prensa e Internet he leído la brutal agresión producida por el huracán Ida. De como arrasó el Salvador y sembró el terror y la tragedia. De pronto, he sentido el dolor y sufrimiento que están padeciendo todas esas personas de allí. A los problemas del acontecer diario se une esta inseguridad climatológica que amenaza cada años con huracanes y fuertes lluvias. Han pasado por el Salvador varios huracanes que, (Fifi (1974), Gilbert (1988), Andrew (1992), Mitch (1998), Stan (2005)[25] y Félix (2007 y ahora Ida (2009), han sembrado la desolación, destruido familias y azotado el país.
Es diferente contarlo y vivirlo desde la barrera, aunque el sentimiento sea sentido y solidario, nunca se acerca a la experiencia de vivirlo en tus propias carnes. Sentirse, de alguna forma, continuamente amenazado debe ser duro y tenso soportarlo. Sin embargo, esa posibilidad vivida tan cerca y amenazante debe inclinarte a valorar más el tiempo y la propia vida. Y ese riesgo debe originar una mirada más serena y profunda hacia dentro, hacia lo más profundo del corazón, donde podemos encontrarnos para desde ahí tender las manos a la solidaridad y fraternidad.
Nunca podré entender ni comprender los sentimientos que pueden estar pasando por esa niña que ha perdido toda su familia en una corriente de agua que se la ha llevado. ¡En unos segundos sola en este mundo! ¡No puede haber nada más duro y desolador! El horizonte sin horizonte, no hay nada más allá y no se vislumbra esperanza. Todo desconcierto, oscuridad, dolor, sufrimiento y deseos de desaparecer. Inevitable pregunta, ¿por qué, SEÑOR?. Difícil entenderlo, sin embargo, son los momentos de la confianza, del abandono, de la fe.
Siempre hay alguna figura, del Antiguo o Nuevo, que nos alumbra y nos vivencia el camino con la actitud de su propia vivencia. En este caso miro para Job y en él busco la luz que transforme mis desesperanzas, tribulaciones, debilidades, en firmeza y abandono en el SEÑOR. Porque nada más pesado que lo que pueda soportar mis propias fuerzas va a permitir mi PADRE que tenga que cargar. Mi cruz la podré cargar yo sólo, claro, acompañado, asistido e injertado en JESÚS mi y nuestro Redentor.
Un padre, mi PADRE no puede estar alegre al verme sufrir, ni tampoco abandonarme en el sufrimiento y el dolor. Algo pasará, y mira si pasa, yo, aún en la distancia, y otro antes que yo, me ha movido a clamar solidaridad con esta niña. Somos tú y yo los que tiene el PADRE para que ayudemos a la huérfana. Sí, es verdad, que estamos lejos, pero podemos hacer lo más grande, rezar. La oración mueve montañas, y JESÚS nos ha dicho que todo lo que pidamos al PADRE en su nombre, el PADRE nos lo dará.
Pues, confiemos y hagámoslo, y llamemos a María, la Madre, para que unidos a ella no hay ninguna posibilidad de que el PADRE pueda desoír nuestra plegaria. El sábado es un buen día, el día elegido por nuestro amigo Ángel para que todos unidos en el Santo Rosario imploremos, con la intercesión de María a la cabeza, la intervención del PADRE en favor de esa niña desamparada y sola. Y si podemos unirnos al Papa, a las cinco y media de la madrugada (hora canaria) por Radio María, seremos muchos los que alzaremos nuestra voz pidiendo ayuda por todos los afectados en el Salvador por el huracán Ida.
Sabemos que materialmente y físicamente poco o nada podemos hacer, pero unidos en oración podemos hacer mucho. Por eso, al menos, ofrecemos ese sacrificio de estar a la misma hora, aunque nos cueste, unidos en oración. Es nuestra aportación dolorosa, esforzada y sincera de compartir nuestro esfuerzo, que quizás no representa mucho ante ellos, que lo han perdido todo y muchos, como esa niña, se han quedado solos.
Es diferente contarlo y vivirlo desde la barrera, aunque el sentimiento sea sentido y solidario, nunca se acerca a la experiencia de vivirlo en tus propias carnes. Sentirse, de alguna forma, continuamente amenazado debe ser duro y tenso soportarlo. Sin embargo, esa posibilidad vivida tan cerca y amenazante debe inclinarte a valorar más el tiempo y la propia vida. Y ese riesgo debe originar una mirada más serena y profunda hacia dentro, hacia lo más profundo del corazón, donde podemos encontrarnos para desde ahí tender las manos a la solidaridad y fraternidad.
Nunca podré entender ni comprender los sentimientos que pueden estar pasando por esa niña que ha perdido toda su familia en una corriente de agua que se la ha llevado. ¡En unos segundos sola en este mundo! ¡No puede haber nada más duro y desolador! El horizonte sin horizonte, no hay nada más allá y no se vislumbra esperanza. Todo desconcierto, oscuridad, dolor, sufrimiento y deseos de desaparecer. Inevitable pregunta, ¿por qué, SEÑOR?. Difícil entenderlo, sin embargo, son los momentos de la confianza, del abandono, de la fe.
Siempre hay alguna figura, del Antiguo o Nuevo, que nos alumbra y nos vivencia el camino con la actitud de su propia vivencia. En este caso miro para Job y en él busco la luz que transforme mis desesperanzas, tribulaciones, debilidades, en firmeza y abandono en el SEÑOR. Porque nada más pesado que lo que pueda soportar mis propias fuerzas va a permitir mi PADRE que tenga que cargar. Mi cruz la podré cargar yo sólo, claro, acompañado, asistido e injertado en JESÚS mi y nuestro Redentor.
Un padre, mi PADRE no puede estar alegre al verme sufrir, ni tampoco abandonarme en el sufrimiento y el dolor. Algo pasará, y mira si pasa, yo, aún en la distancia, y otro antes que yo, me ha movido a clamar solidaridad con esta niña. Somos tú y yo los que tiene el PADRE para que ayudemos a la huérfana. Sí, es verdad, que estamos lejos, pero podemos hacer lo más grande, rezar. La oración mueve montañas, y JESÚS nos ha dicho que todo lo que pidamos al PADRE en su nombre, el PADRE nos lo dará.
Pues, confiemos y hagámoslo, y llamemos a María, la Madre, para que unidos a ella no hay ninguna posibilidad de que el PADRE pueda desoír nuestra plegaria. El sábado es un buen día, el día elegido por nuestro amigo Ángel para que todos unidos en el Santo Rosario imploremos, con la intercesión de María a la cabeza, la intervención del PADRE en favor de esa niña desamparada y sola. Y si podemos unirnos al Papa, a las cinco y media de la madrugada (hora canaria) por Radio María, seremos muchos los que alzaremos nuestra voz pidiendo ayuda por todos los afectados en el Salvador por el huracán Ida.
Sabemos que materialmente y físicamente poco o nada podemos hacer, pero unidos en oración podemos hacer mucho. Por eso, al menos, ofrecemos ese sacrificio de estar a la misma hora, aunque nos cueste, unidos en oración. Es nuestra aportación dolorosa, esforzada y sincera de compartir nuestro esfuerzo, que quizás no representa mucho ante ellos, que lo han perdido todo y muchos, como esa niña, se han quedado solos.
Estimado Salvador, agradezco tu gesto solidario. Son muchas las desgracias naturales y sociales que se han abalanzado sobre mi pequeño país los últimos años. Si hay algo que nos a levantado en cada una de ellas es la FE; precisamente los actos de fe nos son tan necesarios: ORACIÓN. Gracias por vuestra solidaridad, Dios os pague abundantemente...
ResponderEliminarTe dejó la dirección sobre mi impresión ante tal suceso:
http://robertoescalante.blogspot.com/2009/11/tragedia.html
Saludos!
Estemos confiados, Roberto, en DIOS nuestro PADRE, ÉL nos abrirá el camino para continuar la marcha, pues nuestra andadura es una continua marcha, como Abraham, hacia ÉL.
ResponderEliminarEn la oración tenemos nuestra esperanza, pues nuestro PADRE no nos dejará sin respuesta.
Un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.