Es obvio reconocer que la felicidad es la meta que todos buscamos y que no paramos de buscar constantemente durante toda nuestra vida. Ocurre de igual forma en los animales, ellos repiten los mismos mecanismos que tienen determinados para conseguir el pan de cada día y con ello su subsistencia. Nada los para ni los desanima, sólo la muerte los aparta de buscar mantenerse fieles a su destino y misión: "la vida".
Fijemonos, por ejemplo, en los pájaros. No cejan en esforzarce en construir sus nidos para preparar la venida de sus crías. Cumplen la misión encomendada y procrean para preservar la especie. Y nada los para ni desaniman. Cuando ya han terminado su tarea de construir el nido muchas veces por una u otra razón es destruido y empiezan de nuevo con la misma ilusión y empeño. Su tenacidad, constancia e ilusión está dentro de su código genético y no pueden serle infiel. No son libres y actúan según su determinación.
Nosotros, por el contrario, somos libres y por esa capacidad de poder elegir podemos hacer o no hacer; podemos construir o destruir; podemos esforzarnos o acomodarnos; podemos sacrificarnos o relajarnos; podemos responder o no responder; podemos buscar por aquí, o irnos por otro lugar; podemos creer o desconfiar; podemos acertar o equivocarnos, porque no tenemos la verdad ni sabemos realmente cual es el camino.
Buscamos, eso sí, lo mejor y lo mejor es sentirnos a gusto, gozoso y, por supuesto, "felices", pero no estamos seguro ni cómo, ni dónde podemos encontrar eso que llamamos felicidad y que todos perseguimos. Llevamos mucho tiempo buscándola en el tener: bienes, riquezas...etc. Y no acaba por dejarnos satisfechos. Sí que aparentemente nos hace felices el tener, y hasta parecemos más importante; se nos apiñan los amigos y muchas puertas nos esperan abiertas invitándonos a entrar. Hasta se nos tienden alfombras de ensueño, se nos brindan músicas celestiales y toda clase de artilugios que nos invitan a sentirnos queridos y felices.
Es un mundo maravilloso que nos promete felicidad. Sin embargo, pronto todo empieza a cambiar; las aguas retornan a su sitio y la alegría y gozo se difuminan como les ocurre a los pajarillos: "el nido se les viene abajo". Enseguida tomamos conciencia que esto no era lo que creíamos y empezamos a buscar otras cosas. Probamos y probamos y en el intento muchos quedan atrapados en su propia cárcel, esclavizados por la dependencia de hábitos que les han sometido y anulados.
Después de tanta búsqueda y experiencias: juergas, diversiones, drogas, sexo, alcohol, viajes, juegos, deportes, ocio, dietas, ejercicios, espectáculos, cine, teatro...etc. busque cada uno su propia felicidad y ahonde que anida dentro de su corazón, porque lo que guarde allí será lo que irá a buscar. El resultado es que todo sigue igual, pero al contrario que los pajarillos nuestras fuerzas e ilusión no se mantiene intacta, sino que decae, se vence, se acepta y emprende el camino de la mediocridad hasta que llegue su fin terrenal. Un camino de angustias, agonías, sin esperanzas y de decepción, pues hemos desistido de buscar la felicidad. Llegamos a aceptar que es una utopía y que la felicidad es algo inalcanzable y por ello no existe.
Mientras, dentro de ti mismo, permanece un tesoro luminoso que brilla como el sol esperando ser descubierto y gritando: ¡tomame y sed feliz! Ese deseo que todos sentimos y que no sabemos traducir es la fuente que nos ha estado impulsando en constante búsqueda el camino de la felicidad. Ese tesoro se llama amor. Palabra que todos conocemos, pero que no sabemos entender su verdadero significado y confundimos con buscarnos a nosotros mismos y dasnos placer, gozo y disfrute.
El deseo más profundo del ser humano es el amor, pero un amor que se da, se desvive, se olvida de sí mismo, se sacrifica, sabe renunciarse y se entrega al otro. Y todos hemos experimentado algo de eso, y cuando lo hemos hecho hemos sentido la inmensa felicidad que nos proporciona. Pero, claro, el gran error está en querer buscarlo sólo, porque de esa forma nunca lo encontraremos. Sólo DIOS, el Amor Absoluto, puede hacer que tú experimentes el verdadero Amor, y con ello la inmensa felicidad que no perece ni se acaba.
Tú y yo somos buenos porque DIOS nos ama; no lo somos porque nosotros le amamos, sino porque DIOS nos ha amado primero y nos ha creado a su imagen y semejanza. Y mientras no me acepte hijo de DIOS y su criatura, no podré aceptar a DIOS como mi PADRE y Creador. Y no lo hago porque me falta el valor de creer en ÉL, y dejarme conducir por el ESPÍRITU SANTO. Tengo miedo de hacerlo como le pasó al joven rico. Miedo de perder mis caducas y efímeras riquezas, mis placeres finitos, mis noches de lujuria y alcohol desesperadas y sin sentido... miedo a comprometerme y a renunciar.
Es ese miedo quien nos ata y nos impide amar, porque el amor no entiende de miedos, no sabe de egoísmos, no piensa en él, por lo tanto desconoce la pérdida, porque nada tiene, y la pérdida no conoce el temor. Si no entramos en esta dinámica estamos buscando por caminos equivocados. Y verdaderamente nos confundimos, porque cuando creemos amar estamos poseyendo, apoderándonos de otros... sólo amamos cuando nos damos.
Y si no amamos permanecemos en la muerte, porque queremos amar a nuestra forma y no como DIOS quiere: el ejemplo, su HIJO JESÚS que vino a enseñarnos la única y verdadera forma de amar. Y esto no se adquiere o descubre así por así. Nadie da la vida por otro de la noche a la mañana. Necesita una experiencia, un encuentro que se va concretando en un experimentar día a día una relación filial hermanada en el HIJO.
Es muy distinto el vino que se bebe que el vino que se ve, que se vive, que se experimenta, que se saborea, que se construye, que se relaciona, que se cosecha y se termina por amar. Amar es ser atraído, seducido y amado por el Único y Verdadero Amor que nace del enamoramiento. Nadie se arrima, a no ser que tenga otras intenciones, a su amor de repente, por flechazo sino, aún siendo este el primer impacto o motivo, la afectividad amorosa crece en la relación y convivencia.
DIOS no exige nada, sino que se da. La fuerza de DIOS no es fuerza de hombre, sino una fuerza de Amor. No hay nada más grande que amar desde el Amor Divino, pues cuando uno entiende lo que es ser amado no resiste amar de la misma forma. Y se enciende la luz de entender que si todos nos embriagáramos de ese Amor la faz del mundo cambiaría.
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