Los seres vivos crecen por ley natural. Los vegetales y los animales crecen siguiendo un impulso interior. Los seres humanos también debemos crecer, pero no sólo en el aspecto biológico, sino como personas. Esta segunda forma de crecimiento no nos viene predeterminada; por eso debemos saber cómo hemos de crecer, de qué modo debemos configurar, libre y responsablemente, nuestro modo de ser, esa especie de segunda naturaleza que se forma a través de los actos que realizamos y los hábitos que adquirimos a través de tal actividad.
Esa segunda naturaleza se llamaba en griego êthos, de donde se deriva la palabra ética. Al ser conscientes de nuestro deber de crecer, lo somos, al mismo tiempo, conscientes de que nacemos imperfectos y limitados y, por lo tanto, debemos esforzarnos en irnos perfeccionado. Ese camino de perfección se llama "educación". Educación que debemos emprender en un ámbito de libertades jurídicas que permitan tal crecimiento personal.
Pero ser educado no estriba solamente en recibir una serie de normas y actitudes que, nacidas de nuestros propios derechos fundamentales, apliquemos plenamente en bien de los demás, sino hacerlas vivencias en mí, para desde mi hecho vivido proyectarlo en los otros. Hay una gran diferencia en recibir unos derechos y conocimientos de los mismos y, luego, aplicarlos en el bien de los demás. Ahí puede estar la pregunta que nos pide respuesta. ¿Por qué no crecemos e implantamos el bien, la verdad?. ¿Como es posible que, observando cuidadosamente, no sólo parece, sino que en realidad vamos retrocediendo en valores fundamentales como el derecho a la vida, a la libertad... etc?
Ser éticamente recto significa, no sólo saber lo que debo hacer y lo que es bueno, sino desprenderme de mí para darme y darlo al otro. Y eso implica el vivirlo y sólo se vive si hay una experiencia de encuentro con la Verdad plena y una vivencia que experimenta el gozo de encontrar la felicidad en darse y amar. Todo ello conlleva una actitud de búsqueda sincera, comprometida y transparente que deriva en comprender al que tengo a mi lado, no enfrente.
Comprender que lo que hago tiene unas consecuencias para el que vive conmigo me incita a no hacer lo que a mí no me gustaría que hiciesen conmigo. Comprender es ponerme en el lugar del otro y desde su vivencia mirarme y verme. En ese esfuerzo y actitud nuestro mundo iría cambiando en bien de todos. No es fácil, pues experimento que se puede ser capaz de expresarlo, pero es mucho más difícil vivirlo. Y eso es lo que ocurre a mi alrededor.
Observo en muchos lugares, incluso en muchas Eucaristías, que no nos comportamos en esta línea. Llegamos tarde y queremos el mejor sitio a costa de apretar y molestar al que sí ha llegado a su hora. Hay una actitud de no aceptar mi pereza, distracción o negligencia. Actuamos muy a la ligera sin observar que pasa a nuestro alrededor y ¡sí!, con nuestros actos perjudicamos, molestamos o incomodamos a los demás. Y es que cuando se trata de nosotros mismos si nos importa y fastidia que otros nos molesten.
Los derechos, mis derechos, van encaminados a establecer la rectitud ética, no el desenfreno destructor e irresponsable. Y eso pasa primero porque esos derechos se hagan en mí vida y se den, en la experiencia vivida, como respeto y justicia al otro. Porque lo que no quiero para mí, tampoco lo quiero para el otro. Seguro que otro gallo nos cantaría y nuestros ambientes y circunstancias serian remansos de paz y sosiego.
Crecer, madurar y sentir el espíritu para ser cada día mejores personas.
ResponderEliminarSe empieza a evangelizar al niño desde el hogar, pero lamentablemente ya los tiempos son otros y se vive muy de prisa, por lo que lo de crecer espiritualmente se deja al individuo que está más cerca del Señor para así transmitir y compartir.
El espíritu debe ser alimentado a diario.
Bendiciones.
Tras el encuentro, sí este es serio y profundo, viene el compromiso y en el compromiso viene el irse, "crecer", desnudándose de los desapegos que nos impiden ser. Ser libres y buscar la Verdad, porque libertad significia eso: buscar el bien de los demás. Nadie hay más libre que una madre, que lo da todo por su hija, incluso la vida. Y eso lo hace desde su libertad y lo hace gozosa. Un abrazo en CRISTO.
ResponderEliminar