Proniño es uno de los proyectos de acción social con más éxito en Iberoamérica. Desarrollado por la Fundación Telefónica, intenta erradicar el trabajo infantil, uno de los Objetivos del Milenio de la ONU. Desde que comenzó esta aventura, en 1988, 92.287 niños de 13 países ya no trabajan y han comenzado sus estudios.
Hoy Telefónica pone a disposición de este proyecto todos sus recursos publicitarios. El objetivo: lograr que a final de año 100.000 pequeños disfruten de una educación de calidad. "La oportunidad que merecen", dice a ABC el presidente de la Fundación, Javier Nadal.
Hasta aquí todo va bien, pero que muy bien. Comparto todo lo anterior y desde mi impotencia y pobreza de medios lo apoyo con todo mi ser y capacidad. Pero surge en mí ciertos interrogantes que me hacen pensar e inquietarme sí detrás de todo esto, aparentemente bueno, se puede esconder ciertas negligencias que buscan más propios intereses económicos y publicitarios que el bien de los niños.
No pongo en duda nada, pero si tengo derecho a sopesar cierto tufo similar a los ingentes montajes celebrativos, en aras de una obra benéfica, que se traducen en pantagruélicos festines y desordenadas fiestas lúdicas y festivas. Al mismo tiempo, se dice, lo que me voy a gastar por ahí, aquí le doy un carácter utilitario. ¡Me da lo mismo, en lugar de dárselo a otro lo destino para esta obra específica, suelen comentar!
No me parece recto emborracharme de placer y alegría a costa de organizar una limosna para el que se está muriendo de hambre y sed; para el que está desnudo y enfermo; para el que está desamparado y sin hogar; para el que se pudre en la cárcel y convive con la ignorancia. No me parece nada justo, y lo experimento desde mi propia experiencia vivida y de la cual me arrepiento.
Y no me quedo sólo en palabras, sino que ofrezco alternativas. ¿No sería mejor ofrecer en metálico, lo que vamos a devorar y a degustar tan placenteramente, a los hambrientos y sedientos? ¿Y no darle una utilidad compensatoria a lo que ofrecemos? Porque, en realidad, no damos nada, sino que cambiamos un dinero por una gran comida y fiesta y, en muchos casos, hasta protestamos si consideramos que somos mal tratados.
Todo me huele muy mal y me duele, valga la redundancia, la ceguera que tenemos delante, que no nos deja vislumbrar la realidad que nos envuelve y permanece a nuestro lado. Creo que nuestro gran pecado es que solamente nos vemos a nosotros mismos. Y digo todo esto porque no entiendo como se puede aparentar, para mí son apariencias o ignorancias, hacer esto e ignorar la cruda realidad.
Katrina Clark sabía desde pequeña que su padre era un donante de semen y, aunque a veces soñaba con < que jugaba con ella, no asimiló realmente su situación hasta la adolescencia: tras una discusión familiar, ; y lo odié. Cuando leo lo que dicen algunas mujeres sobre su opción de maternidad, me siento degradada a poco más que una ampolla de semen congelado>. El Washington Post publicó su testimonio hace dos años.
Hay más testimonios, como el de Margaret R. Brown, concebida en vitro, reproducido por el semanio Newsweek en 1994. Sin embargo, creo que se haría muy largo narrarlo aquí. El núcleo es el mismo: Personas que nunca conocerán su identidad: somos realmente nuestro ayer y necesitamos saberlo para construir nuestro futuro.
Las primeras generaciones de niños probetas están llegando a la edad adulta, y algunos comparten testimonios como los que se describen en el párrafo anterior (de la revista Alfa y Omega, nº 616- ¿De quién son mis ojos?). El psiquiatra don José cabrera ha conocido a varios de esos hijos, por el modo de haber sido concebidos. Incluso por saberse no concebidos en un acto de amor>. Todavía más, si se ha usado el semen de un donante, (aquí me acuerdo de mi amiga Hilda, ¡cuanta razón tienes?) y tienen muchas preguntas como: ¿tengo alguna raíz cierta? ¿Soy un hijo deseado, o necesitado para cubrir una necesidad obsesiva? También está el peso psicológico por la expetación que han generado.
Llegado a este punto, creo que pueden atisbar a donde les quiero llevar: ¿Donde están realmente los derechos del niño? ¿Para qué tanta preocupación cuando ya están medios traumatizados, desviados y con grandes carencias? ¿No estaremos haciendo el castillo por el techo? Lo que resulta más sorprendente, aquí retomo de nuevo a Margaret Brown, dada la actitud de la sociedad hacia la protección de los niños (Fundación Telefónica), es que las decisiones sobre inseminación artificial se toman en interés de los padres y del médico, no en interés del niño.
Los hijos no son bienes de consumo o posesiones. Pero, dado el tratamiento que se les da, desde luego se los trata como tales, más diría yo como "gallinas en una granja". Al hablar de derecho al hijo, se lo está cosificando - no se tiene derechos sobre una persona-. Se intenta justificar muchos derechos: fabricación de huerfanos, reproducción asistida en madres-abuelas de más de 50 0 60 años, hijos sanos a costa de eliminar los enfermos, hijos a medida y...etc.
Además, en un mundo globalizado para los negocios, también en este caso son permeables las fronteras. En el caso de que en un país fuera ilegal un determinado producto, siempre se puede viajar a otro, como sucede en España, donde vienen muchas personas para conseguir donantes o embriones ( los huevos de las gallinas). Y,aunque en España es ilegal elegir a los donantes, el Instituto IVI, de Valencia, vende semen a la carta en el extranjero.
Si se repiten las primeras premisas (existe un derecho al hijo, que puede ser concebido artificialmente por un acto de mera voluntad en vez de amor), nadie debería escandalizarse por casos como el de una mujer holandesa que se ofreció por Internet a se madre de alquiler, luego fingió que había abortado y vendió el bebé a otra pareja por el doble de dinero, es decir, como pollitos en el mercado.
Y ahora me remito a los señores de la Fundación Telefónica para advertirles, quizás no se hayan dado cuenta, que de nada sirve recoger a los pollos para darles un desarrollo integral, cuando por otro lado los están fabricando tarados y sin los padres a que tienen derechos. Creo que no se puede decir tan brevemente. Ahí está contenido todo el mensaje que quería expresar. El edificio hay que empezarlo por la base y la base está en la familia y en la procreación natural de sus hijos. Es ahí donde deben nacer y después, señores del Gobierno y Telefónica ayuden y colaboren a, en colaboración con sus padres, educarlos para que se integren, como DIOS manda, a la sociedad para la que han sido creados.
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