Es nuestra propia inclinación, movernos hacia lo placentero, lo bueno, lo cómodo... Buscamos sentirnos bien y gozar de bienestar. Por eso, buscamos poder y riquezas para conseguir ese bienestar y esa seguridad que nos permitan gozar satisfactoriamente. Pensamos que, la felicidad está en eso, y eso buscamos.
Sin embargo, experimentamos que nadamos en un círculo, que tan pronto nos sentimos bien, como también nos sentimos mal, y de él no salimos. Y llegamos a no saber si son más las ocasiones de estar mal que bien. Descubrimos que es una lucha. Una lucha que no termina y que en la medida que sucede, experimentamos sentirnos cada vez más vacíos y angustiados.
Es entonces cuando el camino se torna duro, rutinario, cansino, desilusionarte, triste, monótono, sin horizonte... Divertido en algunos momentos, pero con retorno a siempre lo mismo. Termina por cansar y se hace pesado. Salen ampollas y no se justifica seguir la ruta. ¿Qué hacer? En la Cruz está la respuesta.
Con el tiempo descubrimos que la cruz hace falta. Hace falta porque es la única prueba que nos permite conocer cuando queremos o amamos algo. Porque es solo en el dolor, la adversidad, los obstáculos, cuando emerge el verdadero amor. Cuando el camino se pone contra corriente, los amores falsos se diluyen y desvanecen. Descubren su mentira.
Porque la incomodidad, el sacrificio, la adversidad, las privaciones... no las asume nadie sino por amor. En el Amor encontramos el descanso. Por eso, la Cruz es la mayor prueba de Amor, y como tal, también nosotros, si queremos dar y ser testimonio de amor tenemos que ser cruz. Cruz que solo se puede llevar apoyada en Aquel que la hizo prueba de Amor y que la dignificó como símbolo de salvación.
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