Hay muchos momentos que la vida se nos apaga, y hasta pierde motivación e ilusión. Los despachos de los psiquiatras andan saturados, y las enfermedades del alma abundan en un mundo perdido y sin metas hacia donde caminar. ¿Qué ocurre cuando perdemos la esperanza de vivir?
Posiblemente porque no se ha descubierto cual es el camino. Porque cuando se sabe a dónde se va, todo cobra sentido, y los esfuerzos se sostienen en ese intento de alcanzar la meta del camino. Empecemos por descubrir que nuestra vida es una constante carrera de saltos. De fiesta en fiesta. Celebramos una fiesta cuando llega el domingo. Ya la adelantamos al fin de semana. Pero no sabemos bien lo que celebramos, sólo que es fiesta y descanso.
Y tratamos de divertirnos, de pasarlo bien y terminamos por ayudarnos de sustancias y bebidas que nos faciliten esa diversión. Perdemos la capacidad de saber divertirnos, y dependemos de otros y de otras cosas. Luego, celebramos nuestro cumpleaños, nuestro día, la boda, el hijo, las fiestas del pueblo, del patrón, del equipo por el que apostamos y de muchas cosas más. Digamos que vivimos de fiesta en fiesta y que la vida es una fiesta. O mejor, lo que nos mueve son las fiestas.
Sin embargo, pronto empezamos a experimentar que esas fiestas son efímeras, y terminan con un mal sabor de boca. Unas veces porque nos parecen cortas y nos dejan hambrientos, y otras, cuando se pasan de tiempo y motivaciones, nos dejan resacados y vacíos. En fin, nos nos llenan y volvemos a buscar más y más fiestas hasta que, con los años nos vamos cansando.
Y si no despertamos y experimentamos buscar la Gran Fiesta que nunca termina y nunca cansa, sino todo lo contrario, nos hace felices eternamente, nuestra vida se hace monótona, cansina y aburrida, e incluso puede terminar mal. Estamos hechos para celebrar una gran Fiesta. Una Fiesta que ya podemos empezar a celebrar aquí, pero hay que buscarla y quererla. Realmente, vale la pena.
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