Bien es sabidos por todos que una comida sin sal queda desabrida y sin gusto. Nos cuesta comerla sin aderezarla y sin un poco de sal. Cuando oímos que el médico nos manda comer sin sal, se nos arruga la cara y se nos encoge el corazón. ¿Qué sería el mundo sin sal?
Y, Jesús, utiliza esa debilidad humana para darnos a comprender que nosotros, sus seguidores, somos la sal del mundo, pues sin proclamar su Palabra, el mundo estaría desalado y perdido en las tinieblas y oscuridad. Como la sal sirve para salar las comidas y preservar algunos alimentos, la Palabra de Dios, proclamada en el mundo, lo salva y lo vivífica.
Pero, puede ocurrir lo que me pasó a mí, se me fue la mano y la sopa me quedo muy salada. Cuesta también comerse una sopa un poco saladita. No gusta mucho. De la misma forma, una Palabra que no vaya acompañada del testimonio y de la vida vivida en la verdad y la justicia, no surte efecto. No sala sino desala.
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