Experimentamos que cuando vivimos en el presente y momento cualquier acontecimiento, nuestros sentimientos y emociones afloran y nos traicionan. ¿Qué queremos decir? Simplemente que ante los acontecimientos de nuestra vida necesitamos tener paciencia y dejarles pasar para verlos de lejos.
Dar tiempo a que las emociones y sentimientos se tranquilicen y busquen reposo, y ver mejor la realidad. Porque cuando nos traicionamos estamos autoengañándonos y en esos momentos distorsionamos la realidad y procedemos a justificarnos. Esa justificación puede ser un arma de doble filo y traernos irremediables consecuencias. No vemos la totalidad del conjunto, sino que absolutizamos un aspecto y en ello nos dejamos engañar.
Algo así ocurrió con las inversiones preferentes. Solo se contempló las ganancias y la credibilidad de quien hablaba, pero no se dejó pasar un tiempo y poder reflexionar sin ninguna influencia. Más tarde nos dimos cuenta que nos habíamos precipitado.
En nuestros cerebros, el pensamiento no es nunca objetivo sino ligado a las emociones, siempre influenciado por sentimientos y pasiones. Y así suceden cosas de las cuales en muchos momentos no tendremos la oportunidad de arrepentirnos.
Extraído del libro, "Carta a un cónyuge con dudas" (llucia.pou@gmail. com) transcribo lo siguiente:
Me contaron en el Alcázar de Segovia que a una aya se le cayó el infante real que cuidaba, un niño pequeño, por el balcón, a muchos metros por encima de los jardines. Ella, desesperada, se tiró por el precipicio y se mató. El infante había quedado colgado de unos salientes, y lo rescataron. La aya se había "precipitado" en los dos sentidos de la palabra (impaciente y tirarse al precipicio).
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