La vida es un libro que enseña mucho, pero hay que saber leerlo. Y todos, al menos yo lo creo así, saben leerlo aunque en la lectura ponen y corrigen mucho de su propia cosecha. JESÚS habla mucho de eso, sus parábolas, y escenifica muchas situaciones en las que, alguna vez, todos nos encontramos y vivimos esas experiencias.
La parábola del buen samaritano refleja en la vida de cada ser humano su dimensión solidaria y el sentimiento generoso que todos llevamos dentro. Pero, como sentimiento que es, podemos dominarlo con nuestra voluntad y dirigirlo con nuestra mente. Elegimos si queremos darle cumplimiento o no. Ocurre igual con otros sentimientos que dejamos de cumplir cuando faltamos a nuestra responsabilidad. Y aquél que es capaz de faltar a su responsabilidad una vez, es capaz también de hacerlo varias veces. De ahí la importancia de la conducta de las personas, sobre todo de los cargos públicos y políticos. En este contexto es la familia uno de los valores más castigados por el egoísmo de hombres y mujeres. Y no digamos nada del aborto, ¿es nuestro prójimo ese niño nacido en el vientre de su madre?
Si no estamos disponible es que estamos ocupado, al menos para ciertas cosas. Cuando salimos al mundo, como los taxis, llevamos nuestra propia bandera, subida o bajada, y a la vista de lo que vayamos encontrando, estaremos dispuestos a ser solidarios o no. Nuestro sentimiento nos habla de huida, de no apetencia ni gusto, de problemas y preocupaciones, y nuestra bandera se sube inmediatamente. La responsabilidad queda sumergida, ahogada, encerrada y cautivada. Es lo que le sucede a ese levita y sacerdote judío.
Pero, sea quien sea, si llevamos la bandera bajada, estamos atento y presto a abrir la puerta a quien la necesite, no dudaremos en abrirla y subir al que veamos necesitado de entrar para socorrerlo. Es cuestión de actitudes, consecuencia de una profunda conversión y de una serena y meditada reflexión. Por eso, al salir a la calle es bueno meditar y disponer la propia bandera de tu corazón en alerta y bajada, para ocuparla con la generosidad de la atención, de la escucha, de la comprensión, del servicio, de la paciencia y de la oración. Es lo que ocurre con ese buen hombre samaritano, su corazón está presto a amar.
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