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lunes, 28 de noviembre de 2011

DON ROMÁN, " EL PRACTICANTE"

Juan José Román García Martín, más conocido como RománEl practicante”, ...

Así quería que lo llamaran, porque así era conocido por todos, casi todos, porque pocos fueron los que no conocieron a Román el practicante. Hombre pequeño, de mediana estatura, más tirando a bajito que mediano, pero de un corazón gigante, de los que pocos se resisten a admirar y a sentir su presencia. 

Don Román fue una persona sencilla, pobre, y sobre todo, humilde. Como vemos reunía las condiciones fundamentales para ser, primero, buena persona, y segundo, un verdadero santo. Desde su niñez se crió en el esfuerzo, la obediencia y el trabajo. Poco se ha hablado, en lo que he oído de él, sobre la obediencia que siempre prestó, primero a sus obligaciones, y luego a su conciencia, tanto profesional como cívica. Y es que a la humildad se le pega la obediencia, porque sin obediencia no se puede ser humilde. Ambas virtudes van de la mano.

Y un santo tiene que tenerlas, pues el camino de la santidad las requiere fuertemente. No se puede amar sin obedecer. No se puede obedecer sin ser humilde, y no se puede ser humilde si no te arrodillas ante DIOS. "Proclama mi alma la grandeza del SEÑOR. Se alegra mi espíritu en DIOS, mi Salvador, porque ha visto la humillación de su esclava..." Cuando el SEÑOR ve nuestra humillación, su Amor entra a raudales en nuestra alma y se produce el milagro y prodigio que experimentó nuestra Madre, la Virgen.

Porque humillarse ante DIOS no es sino reconocerle como PADRE que nos quiere y que se preocupa por nosotros. Hasta tal punto que es ÉL quien se acerca a que tomemos su misma Gloria y nos dejemos vestir de su propio vestido. Nuestro PADRE nos regala su propia Vida, Vida eterna y plena de gozo, en y por los méritos de su HIJO JESÚS. Y nos invita a vivir el camino y el estilo que vivió su HIJO.

Y, don Román intentó vivir eso en su vida. Pasó haciendo el bien y dedicó su tiempo y su dinero, ganado con el esfuerzo y sudor de su trabajo desinteresado, a servir, obedecer y entregarse al bien de los demás. Desde su propia familia hasta el último que lo necesitaba de sus prójimos. Fue un hombre bueno y dejó una estela de su  bondad por donde pasó, hasta el punto que fueron muchos los homenajes y reconocimientos que recibió de sus conciudadanos.

Multiplicó los talentos recibidos, y alcanzo metas que por sus circunstancias presentaron una batalla dura que exigía constancia y esfuerzo. Fue todo un ejemplo de superación, de perseverancia y de tenacidad, pero sobre todo, de fe y confianza en el SEÑOR, al que, por encima de todo, sirvió y entregó su vida por amor. Porque ante los criterios de este mundo, donde todo se pasa por el ojo de la eficacia y productividad, él supo anteponer el amor y darse gratuitamente al servicio y bien común de los demás.

Personalmente recibía casi todos los días el Cuerpo del SEÑOR, la Sagrada Hostia, de sus manos, en la Eucaristía diaria de la Iglesia San Ginés, porque entre otras, colaboraba en la parroquia como administrador de la Comunión. Era él, la mayoría de las veces, quien se dirigía al Sagrario y, tras abrirlo, lo transportaba al Altar para que el Sacerdote organizará la distribución del Sagrado Cuerpo del SEÑOR. 

El día de su óbito sentí profunda emoción a tomar la Sagrada Hostia del sacerdote, que fue también su párroco, don Agustín Monroy, al advertir la falta de su presencia, pues era un acto que se repetía casi a diario. Sin lugar a duda que extrañaré su presencia.

Pero me queda el gozo y el consuelo de saber que, Don Román, está sentado en su lugar habitual y nos acompaña y contempla gozoso desde el Cielo, en presencia del PADRE y de su HIJO JESÚS, y, por su intersección, recibimos la fortaleza y la sabiduría de conservar su ejemplo y de, imitándole, caminar nosotros también hacia la Casa del PADRE.

Desde aquí, y desde lo más profundo de mi corazón, un deseo de consuelo, de esperanza y de paz para todos sus hijos y familia, y de expresarles que su padre no está muerto, sino que vive, ahora mejor que antes, en la verdadera vida eterna y plena junto al PADRE Eterno que nos ama. Sólo esa vida importa, pero antes debemos saber encontrarla, y el camino es el que tomó y vivió Don Román.

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