Es evidente que todos, al menos en este mundo, buscamos la paz y la eternidad. Una paz llena de gozo y felicidad en una eternidad plena. Hay momentos en la vida de todo hombre en los que se vislumbra el deseo de eternidad. Está sellado en el centro de su corazón. Es su máxima aspiración que le asemeja a su Creador y se hace visible en Jesucristo: Camino, Verdad y Vida.
Es inevitable soñar con un lugar donde haya paz y seguridad. En nuestro mundo no se habla de otra cosa. Hay frecuentes reuniones internacionales donde se habla y se trata de conseguir la paz y la felicidad. Una felicidad que implica paz y seguridad porque sin ellas no hay paz.
La película de hoy trata precisamente ese tema: «Horizontes perdidos» se ubica en el Tíbet, donde una idílica y utópica comunidad vive oculta y llena de misterios. De alguna manera el espíritu de la película manifiesta la búsqueda del hombre por encontrar esa otra vida pura, limpia, fraterna y eterna a la que está llamado. Y es que dentro del corazón del hombre está sellada a fuego la impronta de Dios. Un Dios que es Amor, Misericordia y eterna felicidad. Ese Dios del que no cesaremos de buscar hasta su encuentro con Él.
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