No puede ser de otra manera, uno comporta al otro, y si uno de los dos se excluyera no sería amor auténtico. ¿Por qué es eso así? Porque el amor necesita de prueba, de los momentos en que no apetece amar y se hace duro seguir al lado del otro. El amor es verdadero, decimos, cuando realmente en los momentos de renuncia, de sacrificio y martirio, se sigue a su lado, se persiste amando y aceptando.
Experimentamos que cuando a una persona en concreto le van las cosas bien y demuestra cierto equilibrio y actitud de caballerosidad y honor, la mantenga cuando las cosas se tuercen y se ponen mal. Son los momentos en los que se demuestran la autenticidad de ese honor y esa caballerosidad. Lo contrario sería una patraña y una mentira.
Por eso, al lado del amor convive el sacrificio y el dolor, la renuncia y el servicio a pesar de la dureza de las pruebas. Porque sólo así se puede demostrar que amor de verdad hasta el punto de darme en la fidelidad total. Precisamente, eso fue lo que hizo JESÚS, darse hasta el extremo de entregar su vida por amor a todos los hombres.
Por eso, buscar el bienestar, la comodidad, una vida despreocupada, fácil, sin problemas y plácida de diversiones y placeres está mal enfocada y desvirtuada, porque la vida contiene momentos de renuncias, de fidelidad, de responsabilidad, de sacrificios, de desapegos, de firmezas y de dominio de si mismo.
Y eso conlleva todo lo dicho anteriormente. Y eso, que es la verdad, encierra la felicidad porque en el fondo todos queremos enfrentarnos a eso y llevarlo a cabo. Por otro lado, experimentamos que en la medida que buscamos la felicidad por otros caminos, fáciles y cómodos nos encontramos cada vez más vacíos y perdidos, sin rumbo y sentido.
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